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Actualizado: 24 de junio de 2025


Lo vi persiguiendo a un caballero, señora, y pelearon hasta que llegó el conde Federico; el otro me quitó el caballo de mi padre y se escapó, pero el Rey está allí con el Conde. ¡Cómo, señora! ¿Hay acaso otro hombre como el Rey en Ruritania? Voy yo misma a ver a ese caballero dijo haciendo ademán de bajar del coche.

Tanto respondió moviendo pensativamente la encanecida cabeza, que según toda probabilidad dentro de un año seguirá usted siendo Rey de Ruritania. Y dicho esto desahogó su cólera lanzando una sarta de maldiciones contra Miguel el Negro. Mi opinión es dije reclinándome en las almohadas, que sólo tenemos dos medios de sacar al Rey vivo de Zenda.

Veamos, coronel; es decir que el señor Raséndil me haría un servicio si... Eso, eso; Vuestra Majestad puede darle la forma más cortés y diplomática que juzgue conveniente dijo Sarto sacando del bolsillo una enorme pipa. ¡Basta, señor! exclamé dirigiéndome al Rey. Hoy mismo saldré de Ruritania. ¡Eso no! exclamó el Rey.

Mostró vivo interés por mi familia, se rió en grande cuando hablé de los retratos con cabellera de Elsberg, existentes en nuestra galería de antepasados y redobló su risa al oír que mi expedición a Ruritania era secreta. ¿Es decir que tiene usted que visitar a su depravado primo a escondidas? dijo. Al salir del bosque nos hallamos ante un rústico pabellón de caza.

El anciano, estrechando mi mano, me habló de hombre a hombre. He conocido a muchos Elsberg dijo. Y ¡suceda lo que quiera, usted se ha portado como buen Rey y como un valiente; y también como el más galante caballero de todos ellos. Sea ese mi epitafio dije, el día en que otro ocupe el trono de Ruritania. ¡Lejano esté ese día y no viva yo para verlo! exclamó Estrakenz, contraídas las facciones.

El general Estrakenz murmuró Sarto, haciéndome saber así que me hallaba en presencia del más famoso veterano del ejército de Ruritania. Detrás del General se hallaba un hombrecillo que vestía amplio ropaje rojo y negro. El Canciller del Reino murmuró Sarto. El General me saludó con algunas leales palabras y en seguida me presentó las excusas del duque de Estrelsau.

Como si esto no bastase, mis celosos consejeros, el Canciller y el general Estrakenz se presentaron en Zenda, instándome a que designase día para la solemnización de mis esponsales, ceremonia que en Ruritania es casi tan obligatoria y sagrada como el matrimonio mismo.

Cuanto a Rodolfo, regresó a Ruritania, se casó y subió al trono, que sus sucesores han ocupado hasta el momento en que escribo, con excepción de un breve intervalo.

La desgraciada mujer, impulsada, según creo, por verdadero afecto al duque de Estrelsau, no menos que por la brillante perspectiva ofrecida a su ambición, había seguido al Duque, a petición de éste, de París a Ruritania. Era Miguel hombre de violentas pasiones, pero de voluntad más poderosa todavía.

Nada tenía de extraño que procurase, como lo había insinuado Jorge, conquistar a un personaje que ocupaba en su país lugar inmediato al del Rey; porque el Duque era hijo del finado rey de Ruritania y de su segunda y morganática esposa y, por consiguiente, hermano paterno del nuevo Rey.

Palabra del Dia

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