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Actualizado: 1 de junio de 2025


Dejaba a mi hermana una finca de dos que poseía en la provincia de León; y del remanente de su caudal, después de hechas éstas y otras menos importantes deducciones, me nombraba a heredero, por ser el único varón de la línea directa de los Ruiz de Bejos.

Debía ser un colapso que le había privado de vida aparentemente. No se veía sangre. Los rasgones de su ropa eran efecto, sin duda, del revolcón que le había dado el toro. Entró apresuradamente el doctor Ruiz, y sus colegas le dejaron pasar a primer término, acatando su maestría. Juraba en su nerviosa precipitación, mientras iba ayudando a Garabato a abrir las ropas del torero.

Allí acudían, como todo el mundo sabe, personajes tan arcaicos y retrógrados como D. Primitivo, don Juan Crisóstomo, el cura de Vegalora y el de la Segada; conservadores partidarios del justo medio como D. Lino Pereda, D. Ignacio Valcárcel y otros; liberales templados como D. Baltasar Rodríguez, el juez y el promotor fiscal, y, por último, republicanos federales socialistas con todas sus consecuencias como Paco Ruiz y su sabio amigo el joven krausista Homobono Pereda, hijo de D. Lino.

Reunido el cabildo en Sede vacante por muerte de su obispo D. Gerónimo Manrique y Aguayo, determinó en 4 de mayo de 93 que se restaurase la torre conforme al modelo y traza que el maestro mayor de las obras, Hernan Ruiz, nieto del otro del mismo nombre, le habia presentado; para lo cual se libraron de pronto mil y quinientos ducados del caudal de las Fábricas de las iglesias.

Cuando nuestros amigos penetraron en la tienda, las únicas personas que en ella había eran D.ª Feliciana y su hija Carmen cosiendo debajo de la lámpara, y Paco Ruiz sentado sobre el mostrador con las piernas colgando hacia fuera, que se balanceaban suavemente como dos péndulos.

Paco Ruiz parecía atender con cuidado al juego, mientras en sus labios se dibujaba vagamente una sonrisa sarcástica. Carmen también atendía á sus cartones, pero roja y confundida. El efecto que de repente produjeron á nuestro señorito no sólo aquellos dos seres miserables que tenía cerca, sino todos los allí congregados, no es fácil de describir.

Dice Juan murmuró saliendo al patio que telegrafíen en seguida al doctó Ruiz. El apoderado le contestó, satisfecho de su previsión. Ya había telegrafiado él a media tarde, al convencerse de la importancia de la desgracia. Era casi seguro que el doctor estaría a aquellas horas en camino, para llegar a la mañana siguiente.

Demás, por lo que advirtieron, añaden que esta mañana han cogido una gitana que venir hacia acá vieron. MANRIQUE. ¿Una gitana?... ¿Y quién era? RUIZ. ¿Quién puede saberlo... pues...? MANRIQUE. ¡Cielos! RUIZ. Vieja dicen que es, con sus puntas de hechicera. LEONOR. ¿Qué dices?... Partir... MANRIQUE. , ... ¿qué te detiene? RUIZ. Señor... MANRIQUE. Pronto, o teme mi furor.

Con mucho gusto respondí, sintiendo súbito por aquella niña ardiente simpatía. A me gustan muchísimo los versos, ¡Me encantan! ¿sabe uté? A casa venía un chico que los hacía, ¡tan bonitos! ¡tan bonitos! Vamos, eran preciosos. Otros los hacían bonitos también, pero como Pepe Ruiz, ninguno.

Y siempre viéndole estoy, amante, dichoso y tierno... mas no existe, es ilusión que imagina mi deseo. ¡Vamos! JIMENA. ¡Leonor! LEONOR. Vamos pronto; le olvidaré, lo prometo. Dios me ayudará... sosténme, que apenas tenerme puedo. Queda la escena un momento sola; salen por la izquierda DON MANRIQUE con el rostro cubierto con la celada, y RUIZ RUIZ.

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