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Actualizado: 1 de junio de 2025
Por eso no se conocen aquí ciertas plagas, relativamente modernas, de los pueblos campestres, ni han entrado jamás los merodeadores políticos a explotar la ignorancia y la buena fe de estos pobres hombres... Pero ¡desdichados de ellos el día en que les falte la fuerza de cohesión, hidalga y noble, que les da la casona de los Ruiz de Bejos!... Todo esto, como puede presumirse, da bastante que hacer a cada rueda inteligente de cuantas componen la máquina cuyo eje fundamental es hoy en este lugar el bien ganado prestigio de don Celso.
MANRIQUE. Sí, Ruiz, pero nada veo. ¿Si te engañaron? RUIZ. No creo... MANRIQUE. ¿Estás cierto que era aquí? RUIZ. Señor, muy cierto. MANRIQUE. Sin duda tomó ya el velo. RUIZ. Quizá. MANRIQUE. Ya esposa de Dios será, ya el ara santa la escuda. RUIZ. Pero... MANRIQUE. Déjame, Ruiz; ya para mí no hay consuelo. ¿Por qué me dio vida el cielo si ha de ser tan infeliz?
Nombraron los reyes don Fernando i doña Isabel el año de 1480 para el cargo de inquisidores al maestro frai Miguel de Morillo i al presentado frai Juan San Martin, i para el de asesor al presbítero doctor en cánones Juan Ruiz de Medina.
Y no acometí enseguida las reformas que había ido proyectando en el viejo caserón de los Ruiz de Bejos, porque éstas eran palabras mayores, como decía el Cura, y me faltaban los elementos necesarios para acometerlas.
¿Quién es ese tío a quien di la bofetada? pregunté en voz baja y confidencial a Primo. ¿No lo conose usté? dijo, mirándome con sorpresa . ¿No conose usté a Juan Ruiz?... ¡Ya me lo paresía!
La escena de El mayor monstruo los celos, en que Herodes quiere matar á su esposa, impidiéndoselo la estatua de ella, que cae en tierra en este momento, es semejante á otras dos, que se hallan en dramas anteriores: la más antigua, La próspera fortuna de Ruiz Lope de Avalos, de Damián Salustio del Poyo, y la otra, La prudencia en la mujer, de Tirso.
No sabía aún a qué local mudarse; pero probablemente sería al Suizo Viejo, donde iban Federico Ruiz y otros chicos atrozmente panteístas. De los antiguos cofrades sólo iban a Madrid D. Basilio, insufrible con su ministerialismo, Leopoldo Montes y el Pater. Pero este se marcharía aquella misma noche a Cuevas de Vera, su pueblo, a trabajar las elecciones de Villalonga.
Comprendiendo rápidamente lo que intentaba decirle con tantos circunloquios y metáforas, quizás por otro resabio de mi mundana cortesía, comenzó por admirarse, a su modo, de que le fuera con semejante reparo un miembro de la familia de los Ruiz de Bejos. ¿Cómo podía ignorar yo, con determinados ejemplos a la vista, lo mucho que quedaba que hacer en los pueblos rurales a los hombres de luces y de buena voluntad?
Al ver cómo le gustaba la gente cruda, estuve tentando a darle cuenta de mi hazaña; pero me detuve, considerando que podía traslucir el miedo que ahora sentía. Porque demasiado a menudo volvía la cabeza, explorando de un lado y de otro de la calle. Siempre veía aparecer al terrible Juan Ruiz ¡con la horrenda lengua de vaca! También me distraía, a lo mejor, no diciendo cosa con cosa.
Paco Ruiz, en su carácter de ídolo de la tertulia, andaba haciendo de las suyas en torno de la mesa. Mas al poco tiempo se acercó á D.ª Demetria y con su desenfado habitual le dijo en voz alta: Doña Demetria, yo no puedo vivir sin usted. Nada pueden contra mi amor los desprecios. ¿Me concede usted un sitio á su lado?
Palabra del Dia
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