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Actualizado: 24 de junio de 2025
Amaba el mar, y tenía casi á la puerta de su casa un palacio flotante, el yate, cuya fotografía publicaban los periódicos ilustrados para envidia de los infelices: pero apenas emprendía un viaje, tenía que volver llamado por sus negocios. Además, él era un hombre de familia; se aburría en la soledad del océano ó en los puertos ruidosos, haciendo vida de célibe, fumando y leyendo.
Los que cojeaban eran reanimados con ruidosos golpes de vara, que les hacían temblar desde las patas a las orejas. Un caballo manso, en la desesperación de su infortunio, intentaba morder a los «monos sabios» que se aproximaban. Entre sus dientes guardaba aún colgajos de piel y pelos rojos.
¡Qué adelantáis, don Francisco, con sacrificar una mujer más! Seríais vos la primera. Ved por qué no puedo fiarme de vos; negáis lo que todo el mundo sabe: vuestros ruidosos galanteos. Helos tenido con muchas hembras, pero tratándose de mujeres vos sois mi primera mujer. Tal vez os engañáis... tal vez yo no sea más que... como vos decís, una hembra, y harto débil y desdichada.
Sus ruidosos éxitos de bailarina restaban gravedad á sus extravíos; el reflexivo «Mercurio de Francia» elogió su arte muchas veces; los poetas más notables de su época festejaron su belleza, y si algunos satirizaron sus locuras, lo hicieron suavemente; el mismo Voltaire, en el apogeo entonces de su autoridad de su gloria, compuso en honor de María Ana y de mademoiselle Sallé estos versos famosos: Ah!
Armados, pues, de cuantos instrumentos ruidosos pudieron haber, con grandes trasparentes, donde aparecían pintadas las mismas grotescas figuras de la carroza con bestiales leyendas debajo, y teas en las manos, se congregaron más de trescientos muchachos en Altavilla, y alrededor de ellos media población que los alentaba con sus carcajadas. El estruendo era horrísono.
Con apariencia de informaciones financieras publicaban en los periódicos artículos en contra suya, llenos de calumnias y de insinuaciones; sostenían contra él una campaña persistente, por medio de carteles y de prospectos; le perseguían por todas partes en automóviles ruidosos; le acechaban detrás de los árboles.
Al deshacerse los grupos, volviendo unos a sus sillones y otros al interior del café, Fernando encontró a Conchita que paseaba con gracioso contoneo, sacando los codos, montada en altos y ruidosos tacones. Las señoras sudamericanas, al verla pasar, la llamaban «la española donosita». Sus ojillos negros y agudos se clavaron en Fernando. ¡Vaya usted con Dios, mala persona!
Los ruidosos dependientes charlaban a más y mejor a pesar de las llamadas al orden del principal, un poco distraído él también de su importante tarea. Desde aquella mañana el notario tenía la cara de los grandes días y no hacía más que abrir la puerta de su despacho para dar órdenes.
Odiaba á los flics, los policías de París, con los que había cambiado puñetazos y palos en todas las revueltas. El militarismo era su preocupación. En los mítines contra la tiranía del cuartel había figurado como uno de los manifestantes más ruidosos. ¿Y este revolucionario iba á la guerra con la mejor voluntad, sin esfuerzo alguno?...
Ruidosos aplausos de abajo, y aplausos, patadas y gritos de arriba, ahogaron las últimas palabras del orador. Presentación me miró, y sus mejillas estaban inundadas de lágrimas. ¡Oh, Sr. de Araceli! me dijo . Ese hombre me ha hecho llorar. ¡Qué hermoso es lo que ha dicho! Señora doña Presentacioncita, ¿no repara usted que ni su hermana, ni Inés, ni lord Gray parecen por ningún lado? Ya parecerán.
Palabra del Dia
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