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Actualizado: 24 de junio de 2025


El zumbido armónico y confuso se agrandó ahora, convirtiéndose en música alegre y bizarra, marcha triunfal de ruidosos cobres, que hacía mover los brazos marcialmente y contonearse las caderas... ¡Adelante los buenos mozos!

Primeramente me ofreciste remediar mi pobreza; ahora quieres devolverme á mi hijo... Se dejó arrastrar por una afectividad impulsiva. Lubimoff vió cómo se inclinaba su cabeza, y sintió inmediatamente el contacto de su boca en una mano. Dos besos ruidosos y una voz que gemía: «¡Gracias... graciasEl príncipe se puso de pie. Le era imposible tolerar este gesto humilde.

, Luis; ríe cuanto quieras; celosa desde hacía un año, en vista de sus amoríos y sus escándalos. Lo sabía todo; su vida entre bastidores, sus apasionamientos momentáneos y ruidosos por mujerzuelas que se le comían la fortuna; hasta le habían dicho que tenía hijos. ¿Podía permanecer tranquila? ¿No debía defender la posesión de su marido, que era lo único que tenía en el mundo?

No dijo una palabra, pero los ruidosos suspiros parecían revelar sus pensamientos. ¡Torear por primera vez después de su desgracia en la misma plaza donde había sido cogido!... Sus supersticiones de mujer popular rebelábanse ante esta imprudencia. ¡Ay, cuándo se retiraría del maldito oficio! ¿No tenía aún bastante dinero?

Había en ellas grandes talleres industriales amurallados y ruidosos, fábricas cuyas chimeneas humeaban, oíase hervir de calderas, estruendo de engranajes. Pensaba yo en la tensión que me consumía desde muchos meses, en aquel hogar interior siempre encendido, siempre abrasador esperando una aplicación que no estaba prevista.

De repente salió del puente gigantesco del vapor Paraná una armonía profunda que hizo vibrar las brisas de la noche. Ese vapor tenia su banda de orquesta y su primera sonata me estremeció de placer, porque me trajo mil recuerdos de la patria: era el Trovador, esa tempestad de vigorosas armonías de Verdi, el artista de las óperas románticas, el compositor de los conciertos ruidosos y ardientes.

¡Mi hija!... ¡grañí de mis entrañas! ¡Qué disgusto nos has dao! La abrazaba, dándola ruidosos besos, y su pobre mujer no lloraba menos, pero era de gozo, viendo terminado por el momento el período de las palizas. La muchacha volvíase a la casa del novio, y allí permanecía hasta la boda, que tardaba seis, ocho o diez meses, mientras los padres reunían dinero para la costosa ceremonia.

Elena, la discípula del presbítero, se marchaba en aquel momento, aunque no eran más de la diez. Su tío, un señor viejo, bajo y regordete como ella, de labios abultados y fisonomía riente, que andaba por los rincones solitario, no consentía retirarse después de esta hora. La niña, que era vivaracha y traviesa, al despedirse con ruidosos besos de sus amigas, procuraba ponerle en ridículo: «Qué quieres, hija; mi tío se empeña en hacer competencia a las gallinas. Voy a leerle la vida del santo del día. No puede dormirse sin enterarse de los martirios de Santa Irene o San Lorenzo. Adiós, adiós; pedid a la Virgen que sane mi tío de la cabeza».

Aún le quedaban partidarios de fe inquebrantable que se aferraban a su defensa; pero estos entusiastas, ruidosos y agresivos un año antes, mostraban ahora cierta tristeza, y cuando hallaban ocasión de aplaudirle lo hacían con timidez.

Su mano halló al instante un paquete más chico. Abriolo. Dentro vio una sortija pequeña, con un papel que decía: «Para mi niño, que hoy cumple cinco años. 12 de abril de 1863. Deseo que sea bueno y piense en ». La marquesa lloraba ya con ruidosos gemidos.

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