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Actualizado: 24 de junio de 2025


Al día siguiente reinaba uno de aquellos violentos, ruidosos y animados temporales que consigo trae el equinoccio. Oíase el viento soplar en diferentes tonos, como una hidra cuyas siete cabezas estuviesen silbando a un tiempo.

Ya estaba agotado el artículo de verduras; ahora a otra cosa. Y atravesando el arroyo, pasaron a la acera de enfrente, a la del Principal, donde estaban los vendedores del casquijo, ¡Vaya un estrépito de mil diablos! Bien se conocía la proximidad de las escalerillas de San Juan, con sus lóbregas cuevas, abrigo de los ruidosos hojalateros.

Los títulos de los libros muestran el amor propio de sus Autores, porque poner títulos grandes, pomposos, magníficos, y llenos de términos ruidosos, prueba que su Autor ha hecho de mismo y de sus escritos un concepto grande é hinchado. Por esto alabaré siempre la modestia en los títulos.

Era una especie de resurrección del ánimo, de la imaginación y del sentimiento la aparición de aquella arrogante figura de caballo y caballero en una pieza, inquietos, ruidosos, llenando la plaza de repente.

Pero a pesar de estos desastres, nuestra aliada, la orgullosa Francia, no pagó tan caro como España las consecuencias de aquella guerra. Si perdía lo más florido de su marina, en tierra alcanzaba en aquellos mismos días ruidosos triunfos.

Apagábanse lentamente los rumores que habían poblado la noche: el borboteo de las acequias, el murmullo de los cañaverales, los ladridos de los mastines vigilantes. Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos. Rodaba el canto del gallo de barraca en barraca.

Acicalado, perfumado y siempre de veinticinco alfileres, aunque bizarro militar, tenía más trazas de Cupido que de Marte. No creo que tuviese ilusiones, ni que soñase, como su amigo el doctor. Don Jaime iba al grano. Buen mozo, audaz y discreto, había tenido ya varios éxitos ruidosos con damas elegantes, y tres o cuatro desafíos, en los que siempre había quedado vencedor.

Avanzaba el lingote desde la boca del horno cabeceando, como un animal rojo, ventrudo y torpe; lanzaba un rugido al sentirse agarrado y surgía por el lado opuesto convertido en una viga de fuego, corta y encorvada: y en sucesivos pases adelgazábase, se estiraba con ruidosos quejidos, como protestando de la dolorosa dislocación, hasta que, por fin, no era más que una cinta incandescente que tomaba la forma del riel.

Con cualquier motivo, citaba a lord Chestermund, en cuyo castillo cazaba zorros en Escocia, y su mayor satisfacción era ser tenido por inglés. Cuando María Teresa y Diana llegaron, estallaron las exclamaciones de alegría y los saludos ruidosos. Martholl, como no jugaba jamás sino con James Milk, que no era del match, abandonó el juego y se apresuró a ir a hacer su corte.

Pensaba hacer lo que hacen los hombres que son hombres. En adelante, iría armado á todas horas mientras estuviese en Barcelona. ¡Ay del que tirase sobre él, si es que no le hería!... Y guiñando un ojo, mostró á su capitán lo que él llamaba «la herramienta». Al piloto le repugnaban las armas de fuego, juguetes locos y ruidosos, de problemático resultado.

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