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Fué no más vago sueño mentiroso; hoy me digo: «¡la amé!» A través de los siglos que han pasado, inmóvil en tu asiento; bañada por el mar desenfrenado que ruje turbulento ó seca por el viento que azota tu semblante descarnado, miras llegar tranquila la ola hirviente que rugiendo avanza, se recoge al llegar, duda, vacila y contra con ímpetu se lanza.

Entonces se dio cuenta de que estaba a pocos pasos de un tren que, conmoviendo el suelo, dando mugidos, por la chimenea y rugiendo por las válvulas de escape, salía de la estación, abofeteando a los más próximos con el viento de su rápido paso. Juanito lo comprendió todo. Había pasado por debajo de la cadena, y el empleado acababa de detenerle casi en la misma cabeza del tren que avanzaba.

En ciertos parajes, su fondo nivelado se extiende en forma de círculo ó de óvalo, donde antes hubo un antiguo lago, llenado gradualmente por sucesivas capas de aluvión; en otras partes, las alturas rocosas que se levantan á derecha é izquierda del arroyo, se aproximan unas á otras, y sólo están separadas por una estrecha fisura, por la cual se desliza el agua rugiendo.

Después de abundantes lluvias, un torrente amplio y rápido, alimentado con todos los arroyos y barrancos, desciende desde lo alto de las montañas, cae con el ruido del trueno, se lanza furioso en la llanura, la llena de espanto y de desastre, destroza, invade, devora todo lo que se opone a su paso, y, arrastrando en su loca carrera árboles arrancados de raíz, rocas y ruinas, rueda y se precipita rugiendo en el Salza.

Lo dijo rugiendo, como un tirano que se ve desobedecido, como un Dios que contempla la huida de sus fieles. Hablaba en castellano, lo que era en él señal de ciega cólera. ¡Presente, capitá! gritaron a un tiempo unas cuantas voces temblonas.

Una vez en pie, bramando de ira, se arroja sobre el garrote de uno de los paisanos, se lo arranca de las manos, lo empuña con las suyas indomables y se lanza á la puerta rugiendo: ¡Puño! ¡repuño! Tanto insulto no lo aguanta el hijo de mi madre. ¡Aunque se esconda debajo de la tierra he de atrapar hoy á ese puerco y le he de abrir la cabeza! Los tertulios, claro está, se apresuran á detenerle.

De no ser su hermana, hubiese querido ser su amante. Y al agotarse la lluvia de flores se apartó, para no turbar con su presencia el dolor gimente de los padres. Ante la inutilidad de sus quejas, el antiguo carácter de don Marcelo se había despertado colérico, rugiendo contra el destino. Miró al horizonte, allí donde él se imaginaba que debían estar los enemigos, y cerró los puños con rabia.

De todas las puertas y ventanas salían rayos de luz y de algunas también las notas dulces de la guitarra, el chasquido de los palillos y el canto vibrante, apasionado, de alguna copla. Ya podían las olas batir como bestias feroces sus murallas, rugiendo amenazas de muerte toda la noche. Nadie escuchaba sus gritos; nadie se asomaba siquiera á ver sus esperezos titánicos.

Tan bueno, tan noble... Algunos echaban el cuerpo adelante, rugiendo de furia, como si fuesen a arrojarse de cabeza en el redondel. ¡Ladrón! ¡Hijo de tal!... ¡Martirizar así a un bicho que valía más que él!... Y todos gritaban con vehemente ternura por el dolor de la bestia, como si no hubiesen pagado para presenciar su muerte.

Y entre este tintineo general, que casi ahogaba los sonidos de los instrumentos, desfiló la comitiva: el tambor mayor al frente de la banda; toda la servidumbre portadora de faroles; las camareras disfrazadas de floristas, y un gran número de animales, osos, perros y leones, mozos de buena fe, que sudaban bajo los forros de pieles y movían de un lado a otro sus cabezas de cartón rugiendo o ladrando.