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Actualizado: 27 de julio de 2025
Gabriel dijo el maestro una tarde , usted que es tan observador y sabe tanto, ¿no se ha fijado en que España es triste y no tiene el «dulce sentimentalismo» de la verdadera poesía...? No es melancólica, es triste, con su tristeza huraña y brutal. O ríe a carcajadas o llora rugiendo; no tiene la sonrisa suave, la alegría inteligente que distingue al hombre de la bestia.
Y truena y retumba la voz de combate, despierta Granada; sus puertas se abren, y el rey con sus nobles y sus estandartes, y moros sin cuento, jinetes é infantes, allá por Elvira rebosan y parten, y cruzan la Vega, y allá adonde arde incendio terrible de mieses y hogares, rugiendo adelantan por sotos y valles.
Yo, indignado, le daba nuevos cartuchos, pilas de monedas de medio real envueltas en papel. Ya estaba vacía la maleta... La turba continuaba rugiendo insaciable. Más ¡vuestra señoría! suplicó Sa-Tó. ¡No tengo más, criatura! ¡El resto está en Pekín! ¡Oh, Buda santo! ¡Perdidos! ¡Perdidos! exclamó Sa-Tó, doblando las rodillas. El populacho, callado, esperaba aún.
Durante tres días permaneció Gallardo sometido a operaciones atroces, rugiendo de dolor, pues su estado de debilidad no le permitía ser anestesiado. De una pierna le extrajo el doctor Ruiz varias esquirlas de hueso, fragmentos de la tibia fracturada.
En la inmediata cuchilla Un relámpago de fuego Brilló, rugiendo con furia Del cañon el ronco trueno. Nuñez avanza atrevido Con setecientos guerreros, Blandiendo lanza potente, Montando un tordillo negro. Es imponente su marcha, Y por su rostro moreno El entusiasmo asomaba Como en la noche un reflejo.
Por la ventana del camarote entraba un rayo de sol, trazando sobre la pared temblonas y cristalinas ondulaciones, reflejo de las aguas invisibles. El buque avanzaba lentamente, y al fin quedó inmóvil, mientras arriba continuaba rugiendo la música su marcha triunfal, que parecía evocar un desfile de águilas bicéfalas con las alas extendidas sobre masas de cascos puntiagudos. Tenerife.
Las aguas toman vida; aquel que una vez tan sólo las ha visto venir rugiendo por el declive violento del río, enroscarse sobre sí mismas, caer atormentadas y frenéticas al peldaño gigante, y de allí lanzarse al abismo, en medio del estertor que resuena en la montaña y va a herir el oído del viajero que cruza silencioso las cumbres, aquel que ha visto ese cuadro, no lo olvida jamás, aunque vuelva a habitar las llanuras serenas, los campos sonrientes o las vegas llenas de flores.
Palabra del Dia
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