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Lo merece, hijo, lo merece. Ya tendrá novio, ¿verdad, tía Pepa? O, por lo menos, sus amartelados.... ¿Qué? ¿qué dices? Que ya tendrá novio.... ¿Novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Qué otro vienes! Y en tono dulce y suplicante agregó: ¡Ay!, ¡Rorró! ¡No hagas malos juicios de las personas!... En aquellos momentos llegó la joven.

El otro día, como le dijera que iba yo a velar a Carmen, me contestó un poco mohina, como impaciente y molesta: «No, señora. ¡Si yo lo hago con mucho gusto! Usted ya no está para eso. De día tiene usted mucho que trabajar. No, no; el día que yo no quiera hacerlo, no lo hago». Mira, Rorró: yo creo que Angelina ha de parar en hermana de la Caridad.

Entre tanto Nisita se iba abriendo camino al través de piernas y sillas, hasta acercarse a la niña de ocho años que llevaba en brazos al rorro. Un tiquito... un tiquito gritaba la rubilla mirándole compadecida y embelesada . Ámelo. No podrás con él respondía desdeñosamente la niñera. Le oy teta argüía Nisita haciendo el ademán correspondiente al ofrecimiento.

¡Rodolfo no irá! prosiguió la anciana. ¡Bueno es él para levantarse tan temprano! Si quisieras, Rorró, irías con nosotras.... Yo no pierdo nunca esas misas; me gustan mucho, mucho. Me parece que soy muchacha. El abuelito nos levantaba tempranito. Con él íbamos todos, menos Carmen, porque siempre fué muy floja. ¡Ya se ve! ¡Se acostaba a las mil y quinientas! ¿Vas con nosotras?

Yo muy bien cuánto vales; que, por mil motivos, eres digno de una mujer que te honre, sin que la historia de su familia, o el origen de la que llegue a ser tu esposa sea obstáculo a tu felicidad; yo bien , Rorró, que tu tía, doña Carmelita, desea para una mujer de brillante cuna, elegante, hermosa... rica. Nada de esto tengo yo. No si soy buena o si soy mala.

Como la del P. Solís cuando se va a la dominica.... Mira: procura salir buen charro; tu papá se pintaba para eso, y les daba cartilla a muchos de esos que se la echan de buenos cuando no son más que unos «cachaletes». ¡Cuidado, Rorró! ¡Cuidado, amito! ¡No dejes mal puesto el pabellón!

Y al llegar al estribillo: Toquen, toquen rabeles y gaitas, Panderetas, tambores y flautas... se armó un estrépito de dos mil diablos: chillaban y tocaban a la vez, con ambas manos, y aun hiriendo con los pies el suelo. Hasta el rorro, asustado por la bulla o desentumecido por el calor y vuelto a la conciencia de su hambre, se resolvió a tomar parte en el concierto.

Te acuerdas que la noche, cuando nos despedíamos, me pedías las flores que tenía yo en la cabeza? ¿Te acuerdas qué me decías?... Me da vergüenza escribirlo; pero ¡ me entiendes!... Escríbeme, Rorró. Escríbeme, alma mía; mira que si no me pones cuatro letras, aunque sean cuatro letras nada más, me voy a morir de pena. No seas perezoso, Rorró.

La vida, por amarga que sea, es muy hermosa y amable; si tiene penas y dolores, tiene también dichas y alegrías, muchas, y yo quiero vivir, vivir para ti, mi Rorró; para ser dichosa si eres dichoso; para amar lo que ames y aborrecer lo que aborrezcas; para padecer si padeces, que en eso cifro mi dicha mayor. ¿No es verdad que no aborreces a nadie? No, estoy segura de ello.

Ni juegos ni músicas me eran gratos; no paraba yo atención en la hermosura de mis paisanas, ni en la elegancia y gallardía de Gabriela. ¿No vas a las rifas? decían mis tías. No me divierto; prefiero quedarme en casa, leyendo o conversando con ustedes. ¡No pareces muchacho, Rorró!... replicaba la enferma.