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Actualizado: 8 de julio de 2025
Nacida en Ronda, su vista se acostumbró desde la niñez a las vertiginosas depresiones del terreno; y cuando tenía pesadillas, soñaba que se caía a la profundísima hondura de aquella grieta que llaman Tajo. Los nacidos en Ronda deben de tener la cabeza muy firme y no padecer de vértigos ni cosa tal, hechos a contemplar abismos espantosos.
EVARISTA. Y ahora, el que bien podremos llamar fundador, todos los días, sin faltar uno, visita la santa casa y el cementerio humilde y poético donde reposan las Hermanas difuntas... EVARISTA. Lo sé... Y ronda el patio florido, a la sombra de cipreses y adelfas... PANTOJA. Es verdad. ¿Y cómo sabe...?
Descendemos por la carrera de San Jerónimo; luego avanzamos a lo largo del paseo de las Delicias, entre el ramaje seco del arbolado; cruzamos frente a la ronda de Valencia; bajamos por una vía ancha, solitaria, pendiente.
Nadie sospechaba su estado. Ana siguió viendo a don Álvaro aun después que la ronda se alejó con sus luces soñolientas. Siguió viéndole en su cerebro; y se le antojó vestido de rojo, con un traje muy ajustado y muy airoso.
EVARISTA. Ronda y divaga el fundador, rezando por sí y por la pobre pecadora, implorando el descanso de ella, el descanso suyo. PANTOJA. ¡Oh! sí... Allí reposarán también mis pobres huesos. PANTOJA. ¿Duda usted todavía de que mis fines son elevados, de que no me mueve ninguna pasión insana? EVARISTA. ¿Cómo he de dudar eso? PANTOJA. Pues si mi plan le parece hermoso, ¿por qué no me auxilia?
M. Scott jamás manifestó la menor inquietud, y tenía perfecta razón para estar tranquilo... Más aún, gozaba con los triunfos de su mujer; era feliz al verla contenta. ¡La amaba tanto!... un poco más que ella a él, quizá. En cuanto a Bettina, formose a su alrededor una carrera fantástica, ¡una ronda infernal! ¡Semejante fortuna! ¡Y semejante belleza!
¡Y yo!... Te vi en la calle Imperial... no, digo, soñé que te vi. Yo te vi en la calle de la Magdalena. ¡Ah!, sí... la tienda de tubos; muchos tubos. Aun con este lenguaje amistoso, no se rompió la reserva hasta que no salieron a la Ronda. Allí el aislamiento les invadía. El coche penetraba en el silencio y en la soledad, como un buque que avanza en alta mar.
Estaban hablando, cuando pasó un pintor de panderetas, también vecino, y ambos le convidaron a unas copas. «Váyanse al rábano, ordinariotes...» pensó Ido, y les dio las gracias, separándose al punto de ellos. Andando más vio un ventorro en la acera derecha de la Ronda... «¡Comer de fonda!». Esta idea se le clavó en el cerebro.
El sitio es apacible y deleitoso, La gente muy lucida y muy galana, Por el ingles cosario y belicoso, En ronda suele andar cada mañana. Enfermo es el asiento y peligroso, Por el calor la gente no está sana, Mas viven á placer los lusitanos, Contentos, muy alegres, muy ufanos.
Que siendo el don Francisco, como es notorio, muy diestro, y muy bravo, y muy valiente, y viendo el declarante que no podía socorrer á su señor, tomó el partido de ir á buscar una ronda, y huyó dando voces.
Palabra del Dia
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