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Actualizado: 3 de mayo de 2025


¡Oh romanza que gustas cantar, la frente adormecida y las alas plegadas, entre las hojas verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago umbrío, has sido para un papagayo de vivos colores, un pájaro muy familiar; me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear todas mis primeras palabras, mientras que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños bosques.

Ahora cantaban arriba. Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.

Y todos estos pueblos, cuando sienten la dulce tristeza de la poesía, cantan el lied, la romanza, la balada, algo suave que adormece el alma y habla a la imaginación.... Aquí, las danzas populares tienen mucho de sacerdotal, recuerdan la tiesura hierática de los bailarines sagrados o el frenesí ondulante de la sacerdotisa, que acaba por caer ante el ara con los ojos extraviados y la boca llena de espuma. ¿Y los cantos?

Empezaba a preguntar, más bien con el ademán que con la boca: «¿Qué es esto?», a tiempo que Amparo, sacando del bolsillo un pito de barro, arrimolo a los labios y arrancó de él agudo silbido. Diez o doce silbidos más, partiendo de diferentes puntos, corearon aquella romanza de pito, y el inspector se detuvo, sin atreverse a bajar los escalones que faltaban.

Lentamente volvían a la sala donde estaba el balcón, mientras en el comedor sonaban carcajadas saludando la aparición del barbero, envuelto en su lujosa bata. Cupido sacaba partido de la situación para provocar la risa, y recogiéndose la cola y atusándose las patillas, braceaba cual una tiple en una romanza dramática cantando de falsete.

Usted habrá visto arrastrando una existencia de miseria artistas de hermosa voz, que sin embargo cantan en los cafés como mendigos. La gente se indigna contra esta injusticia de la suerte. Hay que ayudarlos, hay que llevarles a la ópera. Y cuando van a ella, el fracaso más desolador acompaña su intento. Saben cantar bien una romanza, pero no pueden con una ópera entera.

Parecía cantar en sus oídos la poética romanza de Heine, en la que describe cómo el caballero Tannhauser se arrancó de los brazos de Venus por sólo el gusto de conocer de nuevo del dolor humano. «¡Oh Venus, mi bella dama! Los vinos exquisitos y los tiernos besos tienen ahíto mi corazón. Siento sed de sufrimientos.

Su conducta reciente le molestaba lo mismo que un remordimiento. «Muy bien, don Fernando se dijo con irónico reproche . No tenía usted bastante con el desengaño ridículo de la otra, no le ha servido de escarmiento una aventura tan grotesca, y en el mismo día se lanza a perturbar la tranquilidad de una pobre mujer que acepta sus avances con una sensiblería de romanza y toma el amor como si estuviese en los quince años.» ¡Qué gusto de complicarse la vida!... ¡Qué cordura en un hombre que marchaba a la conquista de la riqueza!... ¡Y para meterse en tales aventuras había abandonado lo que tenía en Europa!... «Don Fernando, es usted un chiquillo; el bigote que lleva en la cara lo usurpa... Acabará usted consiguiendo que se rían de su persona todos los del buque...»

Y Leonora seguía sus lecciones acariciada por las manos ardorosas y húmedas del viejo cantante, permaneciendo horas enteras a solas con él, gracias a la inmensa confianza del doctor, hasta que una tarde, en mitad de una romanza, el tembloroso sátiro que todo lo hacía por el arte, cayó sobre ella.

El corazón le latía fuertemente; las piernas le temblaban; cuando quiso cantar en una de las calles más céntricas, no pudo; el dolor y la vergüenza habían formado un nudo en su garganta. Arrimose a la pared de una casa, descansó algunos instantes, y repuesto un tanto, empezó a cantar la romanza de tenor del primer acto de La Favorita.

Palabra del Dia

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