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Se detuvieron un instante para seguir con ojos regocijados el aleteo de los peces voladores. Un mar de romanza dijo Maltrana . Da gusto vivir. ¡Qué color! ¡qué luz!... Parece una luz de teatro; el resplandor dorado de una «apoteosis final». ¡Y qué aire! Siento deseos de cantar; me vienen a la memoria todas las cancioncillas dulzonas del golfo de Nápoles.

Venía oculto en los profundos sollados como aquellos vagabundos descubiertos a la salida de Tenerife , y al verse en pleno mar de romanza, tranquilo y luminoso, deslizábase furtivamente de su escondrijo, iba examinando las caras de sus compañeros de viaje, los aparejaba según sus gustos, e invisible y benévolo, empujábalos unos hacia otros.

La juventud de las puertas, siempre bromista, se empeñó en hacerle repetir la romanza; pero don Serapio tuvo bastante buen olfato para advertir que los aplausos juveniles no eran de buena ley, y se negó a complacerla.

Los viejos recitantes populares declamaban con heroicos manoteos las octavas épicas del Tasso. Sonaban arpas y violines acompañando la última romanza que Nápoles había puesto de moda en el mundo entero. Los puestos de los ostricarios esparcían un perfume orgánico de ola muerta. En torno de ellos, las conchas vacías de las ostras destacaban sobre el barro los redondeles de su cal nacarada.

Se incorpora con gran esfuerzo, canta una romanza con su voz más fuerte y expira entre los aplausos de la sala. Todos los habitantes de Corfú están convencidos de que Juana ha muerto a consecuencia, no sólo de una herida, sino también de una serie de gorgoritos.

Se enternecían con un sentimentalismo de romanza al estrecharse las manos y cambiar un beso en un banco de jardín á la hora del crepúsculo. El guardaba un mechón de pelo de Margarita, aunque dudando de su autenticidad, con la vaga sospecha de que bien podía ser de los añadidos impuestos por la moda.

El cual, acompañado de Serafina y del barítono, entraba en el salón cuando acababa de cantar una romanza italiana un aficionado de la localidad, de oficio relojero, y tenor suprasensible, como le llamaban los chuscos, porque cuando tenía que subir a las notas más altas desaparecía su voz, como si la llevasen en globo al quinto cielo, y no se le oía por más que gesticulaba; parecía estar hablando desde muy lejos, desde donde podía ser visto, pero no oído.

Y el poeta, envidiando su alegría, seguía en su puesto, iluminado por la última crepitación de la hoguera, desfallecido de hambre y de dolor, llorando de veras ahora que comenzaba a verse en la obscuridad, esperando algo vago e indeterminado, sin fuerzas para hacer nada y estremeciéndose al oír aquella voz tenue como un hilillo de seda, que se quebraba al llegar a lo más alto de la romanza, ahogándola con sus aplausos los complacientes convidados de la mamá.

El corazón le latía fuertemente; las piernas le temblaban; cuando quiso cantar en una de las calles más céntricas, no pudo; el dolor y la vergüenza habían formado un nudo en su garganta. Arrimose a la pared de una casa, descansó algunos instantes, y repuesto un tanto, empezó a cantar la romanza de tenor del primer acto de La Favorita.

Al verla Fernando en el piano, había sentido curiosidad por conocer su música. ¡Tal vez una romanza dulzona y sensiblera de opereta!... Y aún le duraba la sorpresa que había experimentado al escuchar las grandiosas frases del dolor de Iseo. Debe tener una voz magnífica, ¿no lo cree usted, Isidro?... Quisiera ser su amigo... Usted debe conocerla.