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Y el Dotor pisaba la orilla seca, desnudo y serenamente impúdico como un dios, dando la mano á los hombres, mientras chillaban las mujeres llevándose el delantal á un solo ojo, espantadas y admiradas á la vez de su monstruosidad colgante que esparcía á cada paso una rociada de gotas.
Se oía de vez en cuando: «¡Zopenco!»... «no tenéis pizca de educación»... «animal de bellota»... «¿Te figuras que estás en la taberna?» El marinero aguantaba la rociada con los ojos en el suelo. Una voz gritó desde el patio: Que lo lleven a la cárcel. Pero desde la cazuela contestó otra al instante: Que lleven también a Pepe de la Esguila. ¡Silencio! ¡Silencio!
Con toda su tardanza al fin llegaron A la Puná, dó estando descuidada La gente inglesa, ellos comenzaron A darles una grande rociada; Mataron veinte, dos les cautivaron. La gente inglesa así desbaratada, Recogese huyendo á una montaña, Los nuestros se estan quedos en campaña.
Un perfume punzante de drogas explosivas le hizo llorar y arañó su garganta. Al mismo tiempo tuvo frío: sintió su frente helada por un sudor glacial. Tuvo que apartarse del puente. Varios soldados pasaban con heridos para meterlos en el edificio, á pesar de que éste caía en ruinas. De pronto recibió una rociada líquida de cabeza á pies, como si se abriese la tierra dando paso á un torrente.
Mientras esto pasaba en Barbaruelo y Cabezudo, los de Animalejos, que no sabían si alegrarse ó entristecerse contemplando el aparato de lluvia que presentaba el cielo, determinaron rogar al tío Traga-santos que solicitase, por la intercesión de San Isidro, que lloviera y no lloviera, ó lo que es lo mismo, que cayese sólo una rociada de agua, que era lo único que necesitaba el campo de Animalejos.
Respondieron que estaban en su pueblo, y que nos rogaban fuesemos á él: pero conociendo su engaño, lo escusamos. Dierónnos una rociada de flechas, y se volvieron en breve á su pueblo, de donde salieron 6,000 contra nosotros.
Sus pesados capotazos eran para hundir la espada. Llamábanle ladrón; aludían a su madre con feas palabras, dudando de la legitimidad de su nacimiento; agitábanse en los tendidos de sol amenazantes garrotes; comenzaron a caer sobre la arena, con propósito de herirle, naranjas y botellas; pero él soportaba, como si fuese sordo y ciego, esta rociada de insultos y proyectiles, y seguía corriendo al toro, con la satisfacción del que cumple su deber y salva a un amigo.
El padrino cogía una cesta llena de peladillas y la arrojaba de golpe sobre la novia. Esta, tendida en el colchón, recibía sin pestañear la rociada. Luego los padres la saludaban con otra lluvia de almendras, y tras ellos los viejos de más consideración y todos los convidados, hasta los mozuelos más insignificantes.
Después quise catequizar a la muchacha que conducía al colegio unas niñas, y me acogió muy bien mientras supuso que estaba prendado de sus gracias; mas en cuanto le manifesté tímida y veladamente mi pensamiento, me soltó una rociada de injurias y denuestos, que sólo mi paciencia, que es muy grande, pudo tolerar.
Salió Dª Josefa a abrir. Como desde su famoso viaje no la había visto, se arrojó en sus brazos, la abrazó y la besó con afectada efusión. El ama se mostró muy poco contenta: la recibió con frialdad glacial; hasta se le conocía que luchaba consigo misma para no soltarle una rociada de desvergüenzas y darle con la puerta en las narices.
Palabra del Dia
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