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Actualizado: 9 de junio de 2025
Algunos, viéndole de lejos, solían volver los pasos atrás y dar un rodeo para ir al río ó á la fuente. ¡Eh! ¡eh! mozos gritó desde su silla al grupo de jóvenes que se hallaba enfrente al lado de la tapia de la pomarada. ¿Á que os huele la cabeza hoy á roble ó á espino? Los chicos, entre los cuales se hallaban Quino, Celso y Bartolo, le dirigieron una mirada de soslayo y no se dignaron contestar.
Tomaron éstos asiento en los dos bancos de tallado roble que iban desde el estrado hasta el extremo opuesto de la estancia, donde el hermano Ambrosio y el Maestro de novicios ocuparon sendos sitiales. Era el primero un joven enteco, alto y pálido, que oprimía nerviosamente entre sus manos un enrollado pergamino.
No creas; yo, aquí donde me ves, soy un aldeano; juego a los bolos que ya ya.... Petra se detuvo y se volvió para ver a don Fermín que hacía el ademán de arrojar una bola de roble por la cóncava bolera adelante.... Rió la doncella y continuando la marcha, dijo: No, que es usted fuerte no necesita decirlo: bien a la vista está. Callaron otra vez.
No quiso que la princesa volviera á enviar por segunda vez contra un muro del comedor con solo un golpe de pie la mesa de roble y todos sus servicios de porcelana y cristalería, que se hicieron añicos con estrépito de catástrofe. Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma á los encargos de la princesa, la familia abandonó el castillo que ocupaba en las cercanías de Londres.
Sobre una antigua mesa de roble, sostenida por columnas salomónicas, se veía un contadorcillo o papelera con embutidos de concha, nácar, marfil y bronce, y muchos cajoncitos, donde guardaba Pepita cuentas y otros documentos. Sobre la misma mesa había dos vasos de porcelana con muchas flores.
Hacia el centro de los tableros de roble que cubrían las paredes del vestíbulo había suspendida una cota de malla y sus accesorios, no una reliquia hereditaria, como los retratos, sino de fecha más moderna, fabricada por un hábil armero de Londres el año mismo en que el Gobernador Bellingham vino á la Nueva Inglaterra.
Habló el tal Griego largo rato, hasta que le interrumpió el Celta, el qual habia bebido miéntras que altercaban los demas, y que creyéndose entónces mas instruido que todos, dixo echando por vidas, que solo Teutates y las agallas de roble merecian mentarse; que él llevaba siempre agallas en el bolsillo; que sus ascendientes los Escitas eran los únicos sugetos honrados que habia habido en el universo, puesto que de verdad comian á veces carne humana, pero que eso no quitaba que fuesen una nacion muy respetable; por fin, que si alguien decia mal de Teutates, él le enseñaria á no ser mal hablado.
La escasa erudición de Isidora no le permitía saber si aquellas señoras eran de la Mitología o de dónde eran; pero la circunstancia de hallarse algunas de ellas bastante ligeras de vestido le indujo a creer que eran Diosas o cosa tal. ¡Y qué bonito el armario de tallado roble, todo lleno de libros iguales, doraditos, que mostraban en la pureza de sus pieles rojas y negras no haber sido jamás leídos! «Pero ¿qué harán en los rincones aquellos dos señores flacos? ¡Ah!
Aquel hombre que imponía respeto a sus convecinos mientras despachaba sellos y cajetillas, más serio que San Luis cuando administraba justicia bajo el legendario roble, era por las tardes un personaje enteramente distinto.
Y ¿qué cristiano educa á una mujer, endurecida en sus costumbres, en sus hábitos, en sus vicios y preocupaciones? ¿Qué cristiano educa á una mujer de treinta años, como la abuela de la muchacha de Batiñoles? Más fácil es enderezar á un roble de cien años, que á una mujer de quince. ¿Quién será tan necio que eche sobre sí el andar á pleitos con una de treinta? ¡Ay!
Palabra del Dia
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