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Actualizado: 9 de junio de 2025
Eran ya cerca de las nueve cuando la señora Gibbons, la anciana ama de llaves, nos recibió, con los ojos llenos de lágrimas por la muerte de su señor, y entramos en el gran hall revestido con entrepaños de roble, en el cual se veían la espada y el retrato del valeroso caballero, capitán Enrique Baddesley, de quien todavía se recordaba allí una romántica historia.
En una gran sala de la casa solariega de los Oscos, amueblada con cuatro trastos viejos, tapizada con dos dedos de polvo, se encuentran sentados a una antigua mesa de roble dos conocidos personajes de esta historia. Uno es el propio barón, dueño de la casa. El otro, su amigo Fray Diego. Tienen delante un tarro de ginebra vacío, otro a medio vaciar y sendas copas.
Siempre le había fascinado aquel coro del convento de San Bernardo, donde la media luz que penetraba por las altas claraboyas dormía con místico sosiego sobre los sillones de roble. ¡Cuántas veces, viendo cruzar una figura blanca y silenciosa y sentarse allá en el fondo, se había estremecido! Era un temblor dulce, voluptuoso, que le hacía apetecer con ansia la entrada en aquel fantástico recinto.
Algunas forman grupo sentadas al pie del tronco de un roble y se cuentan en voz baja como suave gorjeo mil puerilidades encantadoras; otras se entregan apasionadamente a la busca de florecillas azules y hacen con ellas ramilletes que colocan en el pecho; otras se persiguen, como las golondrinas en el aire, con chillidos penetrantes.
Tardé en salir de ella, y salí como para entrar en la sepultura. El roble se bamboleaba como si le faltara la tierra que le sostenía, o se te despegaran de ella las raíces, o no pudiera con el peso de su propio ramaje.
Yo proclamo mi sangre filipina, Y tengo la altivez del viejo roble. He heredado mi roja rebeldía De un valiente sultán invicto moro. Es mi sola heredad, y a fe mía, Yo la guardo como único tesoro... Alma presa de dolencia, Nunca encontrarás clemencia Si no te acudes a mí: Yo tu tristeza sentí, Alma presa de dolencia. Rosa de melancolía, Toda pasión y dulzura, ¿Quien te dará su alegría?
Es una casa vieja y les aseguro que han venido muchas personas a visitarla en los años que llevo de estar en ella. A través de la pieza se veían las negras y viejas vigas con dos siglos de existencia, mientras en un rincón estaba la anticuada chimenea que presentaba un aspecto confortable y atrayente con su asiento de roble bien lustrado, y la gran olla hirviendo sobre el alegre fuego.
El pradillo frente á la cárcel, del cual hemos hecho mención, se hallaba ocupado hace unos doscientos años, en una mañana de verano, por un gran número de habitantes de Boston, todos con las miradas dirigidas á la puerta de madera de roble con puntas de hierro.
Calculaba él, con aquella frivolidad afectada y natural al mismo tiempo de materialista práctico, calculaba que allá para el invierno él se sentiría fuerte como un roble y la Regenta estaría suave y dócil como una malva. Además, una barbaridad podía, si no echarlo todo a perder, retrasar las cosas, darles un giro menos picante y sabroso que el que llevaban.
Vamos abajo antes que nos llamen. En efecto, cuando los dos primos llegaron al piso principal, la familia estaba ya en el comedor, que era una pieza espaciosa, amueblada también a la antigua. En el centro una gran mesa de roble tallado cubierta con el mantel y atestada de platos, copas, fruteras y dulceras; a juzgar por el número de cubiertos, había convidados.
Palabra del Dia
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