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Actualizado: 9 de junio de 2025


Una raya de luz más clara caía sobre una ancha escalera cuyas gradas gastadas descansaban en pilastras de piedra. Altas puertas de roble, arqueadas, conducían a diferentes habitaciones, pero no me atreví a acercarme a ninguna de ellas: se me figuraban las puertas de una prisión.

Oculto á medias en la sombra de un roble enorme, contempló embebecido aquella aparición radiante, aquel rostro puro y bello que le recordaba los de los ángeles pintados y esculpidos en los altares de Belmonte.

¿Qué estás parolando ahí...? Mejor te fuera tener la comida lista. ¿A ver cómo nos la das corriendito? Menéate, despabílate. En el esconce de la cocina, una mesa de roble denegrida por el uso mostraba extendido un mantel grosero, manchado de vino y grasa.

Si ella se irritaba, se le acababa a él lo que llamaba la paciencia, y una vez en el terreno de la fuerza el artillero vencía siempre; fuerte era como un roble Paula, pero Francisco había sido el más arrogante mozo de nuestro ejército, y tenía músculos de oso. Había nacido en lo más alto de la montaña y hasta los veinte años había servido en los Puertos, cuidando ganado.

Subieron los peldaños de madera y entraron en el comedor, cuyos muebles elegantes resultaban demasiado pesados y vistosos. Pirovani los enseñó con vanidad, golpeándolos para ensalzar los méritos del roble y elevando los ojos al techo mientras aludía á sus precios.

Le seguí y anduvimos cosa de doscientas varas por un estrecho corredor, hasta llegar a maciza puerta de roble, que Sarto abrió. Salimos y nos hallamos en una solitaria calle a la que daban los jardines de la parte de atrás del palacio. Allí nos esperaba un hombre con dos caballos; uno alazán, magnífico, de gran alzada y el otro bayo, no menos fuerte y brioso.

Petra dijo que doña Ana parecía otra: ¡qué alegre! ¡qué revoltosa! nada de encerrarse en la capilla horas y horas, nada de rezar siglos y siglos, nada de leer a su Santa Teresa eternidades.... Vamos, era otra. ¿Y salud? Como un roble. ¿El señorito Paco vino? preguntó de repente De Pas. , señor, hará un cuarto de hora.

Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a los ventanales de abajo a iluminar este salón inmenso y austero. Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de paño verde apolillado.

Meñique sacó con mucha faena el hacha encantada de su gran saco de cuero. El hacha era más grande que Meñique. Y Meñique le dijo: «¡Corta, hacha, corta!» Y el hacha cortó, tajo, astilló, derribó las ramas, cercenó el tronco, arrancó las raíces, limpió la tierra en redondo, a derecha y a izquierda, y tanta leña apiló del árbol en trizas, que el palacio se calentó con el roble todo aquel invierno.

Un sentimiento de orgullosa alegría, llenó de pronto el corazón de Delaberge: «Este apuesto muchacho, robusto y hermoso como un roble joven; este Simón de alma noble y de voluntad enérgica era verdaderamente su hijo...» Después toda su alegría se disipó al solo pensamiento de que este hijo suyo llevaba el nombre de otro y sería siempre un extraño para su padre natural.

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