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Actualizado: 26 de mayo de 2025


En una de las carpetas de estudio, dos recogidas velaban: una era Belén, que leía en su libro de rezos, y la otra Mauricia la Dura, que tenía la cabeza inclinada sobre la carpeta, apoyando la frente en un puño cerrado. Al principio, su vecina Belén creyó que rezaba, porque oyó cierto murmullo y algún silabeo fugaz. Pero luego observó que lo que hacía Mauricia era llorar.

Soñó en la paz de los monasterios, en la ascética fruición de la celda durante los días y noches del invierno, en la deliciosa somnolencia de los rezos en los coros obscuros, entre el olor eclesiástico de los viejos barnices, de la cera, del incienso. El brutal desengaño que sufriera, días antes, al presentarse en la reunión, habíale llenado el pecho de asco y rencor hacia los hombres.

Llegó, pues, D. Fadrique hasta ponerse á su lado. Entonces advirtió que Clara estaba no muy lejos, de rodillas, al lado de su madre; que D. Carlos la miraba, y que ella, si bien fijos casi siempre los ojos en su libro de rezos, los alzaba de vez en cuando rápidamente, y miraba con sobresalto y ternura hacia donde estaba el galán, declarando así que le veía, que se alegraba de verle, y que tenía miedo y cierto terror de profanar el templo y de pecar gravemente engañando á su madre y alentando á aquel hombre, de quien decía que no podía ser esposa.

Pasaron horas y más horas, que por lo largas parecían noches empalmadas, sin días que las separasen, y la pluma acabó sus rezos y los volvió á empezar, y acabados de nuevo, y agotado todo el repertorio de oraciones que sabía, dijo otras que sacaba de su cabeza, hasta que al fin, no ocurriéndosele nada, aburrida de aburrirse, se dejó decir: «Vientecillo, me alegro de que no te hayas ido.

Entonces, yo mismo me abismé en prácticas piadosas; y Lisboa asistió a este espectáculo extraordinario: un rico, un Nabab postrándose humildemente al pie de los altares, balbuceando con las manos juntas, rezos y plegarias, como si viese en la Oración y en el Cielo algo más que una consolación ficticia que inventaron los dueños de todo, para contentar a los que no tienen nada.

Lucía penetró en la nave y se arrodilló piadosamente entre los que lloraban a una muerta para ella desconocida. Oyó con delectación melancólica las preces mortuorias, los rezos entonados en plena y pastosa voz por los sacerdotes.

A este acto imponente siguió otro que no lo era menos: la recomendación del alma, leída en voz clamorosa por don Sabas, con los consiguientes rezos en que todos tomábamos parte.

Hasta que no vuelva mi madre ha de parecer como si no hubiese nadie en esta casa, sino yo y el señor Andrés. ¿Me has comprendido? Te he comprendido, y haré como lo dices contestó Rafaela. En seguida se marchó Juanita a pasar la tarde con doña Inés, según tenía por costumbre. Con gran devoción y serenidad leyó a su madrina no pocas devociones y rezos propios de la Semana Santa, en que estaban.

Un mismo súcubo, terrible de sedosidad y de hermosura, se deslizaba junto a él, bajo las mantas, haciéndole correr por sus carnes un goce diabólico, largo contacto odioso y dulcísimo que los rezos continuados no lograban desvanecer.

Un fraile os bautiza, confirma, visita en la escuela con amoroso afan; un fraile escucha vuestros primeros secretos, es el primero en haceros comer á un Dios, en iniciaros en la senda de la vida; frailes son vuestros primeros y últimos maestros, fraile es el que abre el corazon de vuestras novias, disponiéndolas á vuestros suspiros, un fraile os casa, os hace viajar por diferentes islas proporcionándoos cambios de clima y distracciones; él os asiste en vuestra agonía y aunque subais al cadalso, allí está el fraile para acompañaros con sus rezos y lágrimas y podeis estar tranquilos que no os ha de abandonar, hasta veros bien muertos y ahorcados.

Palabra del Dia

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