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La destemplanza de su sangre y la excitación de sus nervios ya le hacían tiritar con intenso frío, ya sofocarse hasta sudar con el calor de la calentura. Acudió, no obstante, aunque sin comer apenas y casi sin desplegar los labios sino para murmurar sus rezos.

Esta andaba no cómo, medio enferma, con la paletilla caída, según decía; y por más que se la levantó una saludadora con los rezos y ensalmos de costumbre, la paletilla seguía en sus trece, y la muchacha tristona, pensando en cómo quedarían sus pequeños si se muriese ella.

Persistió en sus rezos; redobló sus vigilias, ayunos y mortificaciones y logró, pocos meses después, temprano y dichoso tránsito a mejor vida. En la capilla de la hermosa quinta que posee el marqués de Montefico en las cercanías de Valencia, hay una devota y diminuta imagen de San Vicente Ferrer, esculpida en madera y bien pintada luego.

El ritual de sus supersticiosas creencias estaba circunscrito á pesadas salmodias en que relataban las virtudes y hazañas del que adoraban, repartiéndose en sus rezos, cual en sus fiestas, tortas hechas de arroz, pescado y frutas, las que comían con el atole, bebida espirituosa confeccionada con los jugos del coco.

La piadosa señora lamentaba cristianamente la desaparición de su cuñado, dedicándole una parte de sus rezos, pero insistió con cierta crueldad en el relato de su triste fin. No podía perdonarle su fatal intervención en el destino de Ulises. Había muerto como había vivido, en el mar, víctima de su temeridad, sin confesión, lo mismo que un pagano.

En su estrado estaba doña Mencía, sola y entregada a sus rezos, en una hermosa mañana del mes de Abril, cuando su doncella Leonor entró precipitadamente, asustada y llorosa, y se echó a sus pies pidiendo perdón y refugio. Yo no tengo la culpa, señora; yo no tengo la culpa. Mi padre se enoja contra , y quiere matarme sin justo motivo.

¿Quién sabe, me digo yo a veces, si a pesar de las buenas obras de Pepita, de sus rezos, de su vida devota y recogida, de sus limosnas y de sus donativos para las iglesias, en todo lo cual se puede fundar el afecto que el padre vicario la profesa, no hay también un hechizo mundano, no hay algo de magia diabólica en este prestigio de que se rodea y con el cual emboba a este cándido padre vicario, y le lleva y le trae y le hace que no piense ni hable sino de ella a todo momento?

Gran fe tenían los monjes en sus rezos y en la misericordia de Dios, pero no desdeñaban la mundana prudencia.

Y entonces se recoge en su asiento, toda arrugadita, toda temblorosa, y llora como una niña. Cuando se ha hecho de noche, la vieja se ha levantado y ha encendido la capuchina. Sonaban, unas largas, otras breves, las campanadas del Angelus, y ella ha rezado sus habituales oraciones a la Virgen. Después de estos rezos, ella tiene por costumbre hacer la cena; pero esta noche no la ha hecho.

Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.