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Actualizado: 26 de junio de 2025


En sus continuos paseos por la estancia que ocupaba en la rectoral, mientras con el breviario en la mano decía los rezos obligatorios, a menudo se detenía ante la ventana, levantaba la punta del visillo y dirigía una mirada tímida y ansiosa al palacio de Montesinos. Allí estaba, adusto, impenetrable, hostil como un baluarte fabricado por la impiedad. Los balcones eternamente cerrados.

Por ejemplo: Luz seguía fuera del colegio las prácticas cristianas a que se había acostumbrado en él. Iba a la iglesia a menudo y tenía sus rezos en casa. Pues a todos estos actos piadosos la acompañaba su madre. Algo la mordían sus amigas, y con gran donaire se sacudía ella de las zumbas; pero seguía yendo a la iglesia y rezando con su hija, muy a su placer.

Ni con sus humildes rezos, ya en el templo solitario, ya en su mezquina celda, había contribuido Fray Miguel a ninguna de las altas empresas que se habían llevado a cabo.

Plácido, después de cotorrear un poco con Segunda en la puerta de la casa de esta, bajó a la suya, y en la salita, tapizada de carteles de novenas y otras funciones eclesiásticas, estaba Guillermina, en pie, el rosario y el libro de rezos en la mano.

Gabriel se había sentado en el zócalo de una pilastra, entre dos columnas, pero a los pocos instantes tuvo que ponerse de pie. La humedad de la piedra, el frío de tumba que circulaba por toda la catedral, le penetraba hasta los huesos. Anduvo por las naves, llamando la atención de las devotas, que interrumpían sus rezos al verle.

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