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Actualizado: 13 de junio de 2025


Toda la máquina humana funciona con fuerza de buen ó mal grado; digiere, respira. La Naturaleza es exigente y sabe el medio de hacerla andar. Los robustos vegetales que forman una sábana de verdura bajo el influjo de los más fuertes ventarrones marinos, nos hacen asomar la vergüenza al rostro cuando los comparamos con nuestra languidez.

La condesa ya no priva. Hay divorcio absoluto entre ella y los demás de la familia... ¡oh!, ahora me acuerdo de cuando te encontramos en el Pardo... Cuando le preguntaron a Amaranta que qué hacías allí, no supo contestar. Lo que hacías, lo podrás decir... ¿Juegas, o no? Jugaremos. Aquí al menos se respira, chico.

Busca, compara, reúne, pone en relación en un orden posible, tan posible que parece verdadero, todas las partes de una organización perfecta, que respira la majestad soberana apenas humanizada por un resto de cólera y de desdén; entonces ya no es un escultor; ha hecho un Apolo, ha hecho un dios.

Y volvióse bruscamente hacia el almenar, y poniendo en él las manos, exclamó con ronca voz entre las tinieblas: ¡Ah! ¡infame alcázar, cueva de la tiranía, almacén de pecados, arca de inmundicias, maldígate Dios, maldígate como yo te maldigo! ¡Oh!, , maldiga Dios estos alcázares de la soberbia, donde sólo se respira un aire de infamia exclamó el bufón.

¡Otra vez! exclamó la abuela con alguna impaciencia. ¿Soy yo, a mi edad, quien debe recordarte las ilusiones de la tuya?... Dios mío, qué desabridas y singulares son esas muchachas... No es culpa mía. La desilusión y la singularidad están en el aire que se respira. Empiezo a creerlo replicó la abuela descontenta.

El joven se sienta frente a ella en un taburete; haciendo deslizar entre sus dedos la tela del vestido de baile, escucha con una sonrisa indulgente el parloteo de Gertrudis. Lo que ella le cuenta está lleno de sol, y respira la alegría de vivir.

Todo era creíble para Luz, menos que Ángel y ella no fueran una misma cosa, con un mismo corazón y un mismo pensamiento; que lo que les estaba pasando a los dos no fuera lo que debía pasar, ni que hubiera en el mundo suceso ni contrariedad destinados a impedirlo. ¿Quién, ni qué se resiste contra el ambiente que se respira y el sol que alumbra?

No, no es visión, es realidad; no imagina verla, sino que la está mirando. Su tocador, ni grande ni lujoso, respira limpieza y elegancia. Cristeta, en pie, frente al espejo, pincha en el rodete rubio la última horquilla, y con la yema de los dedos se arregla los ensortijados ricillos de la nuca. Estremecida de pudor y de frío, se quita la bata y la tira sobre un sofá.

Acordándose entonces del último diálogo que tuvo con su sobrina cuando ella le mandó llamar después de ver a don Juan en la Moncloa, el estanquero pensó: «El grandísimo pillo me busca; tenía razón la chica; pues que iré, y veremos por dónde respira. ¡Canalla...! ¡A ese que no le faltará dinero para tener queridas!» <tb> Son las once Y media de la mañana.

¿Y cómo podré yo vivir por más tiempo respirando el mismo aire que respira este mi mortal enemigo? exclamó Dimmesdale, todo trémulo, y llevándose nerviosamente la mano al corazón, lo que ya se había convertido en él en acto involuntario. Piensa por , Ester; eres fuerte. Resuelve por . No debes habitar más tiempo bajo un mismo techo con ese hombre, dijo Ester lenta y resueltamente.

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