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Actualizado: 15 de abril de 2025
¡Cómo resonaban aún en sus oídos aquellas palabras mágicas! ¡Y él, Juan, que apenas se atrevía a soñar en lo que el señor Aubry había expresado en alta voz, con tanta sencillez y naturalidad! ¡No era, pues, un irrealizable sueño! ¡Los sentimientos que él sofocaba con tanta pena, los alentaba en él, le daban casi el derecho de declararlos! Era demasiado.
Poco después resonaban las pisadas de su caballo por una estrecha calle que se perdía al pie de la colina, en una ruina caótica de fosos y acueductos, y se apeó delante de las doradas ventanas de una regia cantina.
A lo lejos los ladridos de los perros resonaban en la otra margen del Tiber; mas cerca de mi, el grito lugubre de los buhos salia del palacio de Cesar, y el viento me traia los sonidos moribundos del canto nocturno de las centinelas.
Tres horas después resonaban gritos y lamentos al otro extremo de la casa... Era Paquito Luján, que entumecido por el fresco de la madrugada y aterrado por la oscuridad, despertaba allá en la Nursery, olvidado de todos en aquel suntuoso palacio, morada del padre y la madre que le habían dado el ser, y de diecisiete criados dedicados a su servicio.
Había ya salido de la antesala, cuando, dando media vuelta, vino hacia mí y me dijo con su gracia acostumbrada: Hasta la vista, solterona... Adiós y gracias repitieron en coro Genoveva y Petra. Adiós, hasta la vista, muchachas... respondí gozosa, mientras se restablecía el silencio en nuestra tranquila casa y resonaban todavía a lo lejos las notas del alegre terceto.
Consideraba a su hija como el ave a su polluelo, cuando se esfuerza a salir del nido, al cual no ha de volver jamás. El buen padre lloraba hacia dentro, si es lícito decirlo así. Al día siguiente, llegaron los caballos, los criados y las acémilas que el duque había mandado venir para su partida. Los gritos, los votos y los preparativos del viaje resonaban en todos los ángulos del convento.
Seguí de nuevo adelante, sin retroceder, pero apenas lo hice, sentí los pasos ligeros y suaves, como un eco de los míos, que furtivamente resonaban detrás de mí. Había oído contar curiosas historias sobre locos que rondan de noche las calles de Londres y siguen, sin objeto, a los transeúntes, siendo ésta una de las diferentes clases de insanidad bien conocida por los alienistas.
El bosque estaba húmedo aún; los rayos del sol no habían tenido tiempo de ahuyentar el frescor nocturno; por eso el doctor Chevirev prefería dar un rodeo y caminar por campo abierto. Bien afeitado, muy currutaco con su sombrero de copa, balanceaba negligentemente su mano enguantada, y silbaba, acompañando a los pájaros, cuyas canciones resonaban en la atmósfera.
Resonaban bajo el paso de los raros visitantes con ecos melancólicos que hacían volar á los pájaros lo mismo que flechas, esparciendo enjambres de insectos bajo el ramaje y carreras de reptiles entre los troncos.
Estaba el hombre fuera de sí, delirante; y sin echar de ver que la vieja se había largado á buen paso de la habitación, siguió hablando como si delante la tuviera. «Espantajo, madre de las telarañas, si te cojo, verás.... ¡Desacreditarme así!» Iba de una parte á otra en la estrecha alcoba, y de ésta al gabinete, cual si le persiguieran sombras; daba cabezadas contra la pared, algunas tan fuertes que resonaban en toda la casa.
Palabra del Dia
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