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Actualizado: 15 de junio de 2025
La señora del lugareño manifestó deseos de besar la mano del Provisor, pero la mirada del marido la contuvo otra vez, y no hizo más que doblar las rodillas como si fuera a caerse. El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar.
Nadie podía verles; los pasos resonaban en las aceras, bajo las guirnaldas de las tapias, con un eco de lugar abandonado. El ardor fermentativo de las libaciones á los dioses daba al capitán una nueva audacia. ¡Pobrecita mía!... ¡cabecita loca!... murmuró atrayendo hacia él la cabeza de Freya, reclinada en uno de sus hombros. La besó, sin que opusiese resistencia.
A lo largo de las polvorientas paredes, donde los tapices flamencos desplegaban obscuramente sus fábulas, pendían o se apoyaban viejos retratos de familia y toda clase de muebles señoriles, unos hallados en la casa y otros traídos de Valsaín por el hidalgo. Cuando se caminaba por los estrados, las baldosas, rotas o sueltas, resonaban bajo las alfombras de Turquía.
El repique había cesado y solo los tañidos resonaban en medio del silencio de la noche, al través del murmullo de las ramas agitadas por la brisa y el acompasado clamor de las ondas del vecino lago, como poderosa respiracion de la naturaleza sumida en grandioso sueño. Impresionado por el lugar y el momento caminaba cabizbajo el joven como si tratase de ver en la oscuridad.
Aún resonaban en su oído las palabras del Obispo cuando llegó a la corte y penetró en la vida moderna, no para llevar la agitada existencia del que vive al día, sin saber hoy dónde comerá mañana, sino para pasar las horas tranquila y reposadamente, sin más cuidados que cumplir con el formalismo y las exterioridades necesarias de una casa donde el capellán era un artículo de lujo.
A medida que ascendía el pequeño destacamento, mejor se distinguía el uniforme del parlamentario y hasta su fisonomía: era un hombre delgado, de cabellos rubios, cenicientos, bien proporcionado y de movimientos resueltos. Al pie de la peña, Frantz y Kasper le vendaron los ojos, y no tardaron en oírse sus pisadas, que resonaban bajo la bóveda.
Crucé la plaza en donde resonaban los primeros sones de la retreta militar. Luego el ruido de las cornetas se alejó y yo seguí la marcha desde lejos, por las calles más sinuosas, guiándome por el eco de ellas más claro o más confuso según la anchura del espacio en que se desplegaba el sonido a través del aire, en completa quietud aquella noche.
A Sagrario y a Leticia las temía de lumbre; y cada vez que una de ellas sentaba a Luz sobre sus rodillas para besarla, resonaban los besos en sus oídos como el chapoteo de las ondas cenagosas, y hasta veía la tersa y pura frente de la niña salpicada del fango de la charca.
En los altos cielos, espacios eternamente misteriosos y negados por siempre al pensamiento humano, allí donde solo llegan los desvaríos de la imaginación y los arrobos de la fe, resonaban dos voces de acento sobrenatural y prodigioso. La una era majestuosa, imponente y dulce sobre toda ponderación; la otra era voz humana, dignificada y ennoblecida por la santidad. ¡Pedro! dijo la primera.
Sólo una vez en treinta años había modificado su camino por las calles solitarias y blancas de sol, en las que resonaban sus pasos. Una mañana había oído la voz de una mujer en el interior de una casa: Atlota... las doce. Pon el arroz, que pasa don Horacio.
Palabra del Dia
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