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Sin duda que todo lo que ocurre de bueno y de malo es porque Dios quiere; pero los designios del Altísimo son inescrutables y nos exponemos a errar y hasta blasfemar si nos empeñamos en declararlos. Infiero yo de aquí, que es por demás aventurado el atribuir a castigo del cielo las desventuras que puedan caer sobre una colectividad o sobre un individuo.

Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece; y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y, pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir.

El Presidente hace mencion de un manifiesto que mandò publicar á la conclusion del Tratado de Paris anunciando á los filipinos que "los americanos no habìan venido en son de invasores y conquistadores, sino como amigos para protejer á los naturales en sus casas, ocupaciones y derechos personales y religiosos." Acerca de este particular encontramos necesaria una explicacion. ¿Se ha preguntado alguna vez al gobierno de los E.U. si existían, no ya el sagrado del domicilio filipino ni la libertad para el trabajo, sino cualquiera de los derechos personales y religiosos? Debemos advertir que nuestra casa, honor, hacienda y libertades ò derechos personales estaban, en tiempo de la dominacion española, á merced de las facultades discrecionales y omnìmodas del Gobernador general español en Filipinas; y por consiguiente no existìan, como tampoco existen ahora. ¿Han venido para establecerles? Entonces debieran declararlos y regularlos préviamente. ¿Se trata de los derechos que todo hombre tiene por naturaleza con anterioridad

Interesados enemigos míos me han reconocido, han hecho correr la voz entre el vulgo de que soy israelita y han causado el atropello de que yo hubiera sido víctima, si estos nobles caballeros no me socorren. ¿Y cuáles son tu condición y tu nombre? preguntó el Rey. Temeroso de que no le diesen crédito, vaciló en declararlos el anciano.

¡Cómo resonaban aún en sus oídos aquellas palabras mágicas! ¡Y él, Juan, que apenas se atrevía a soñar en lo que el señor Aubry había expresado en alta voz, con tanta sencillez y naturalidad! ¡No era, pues, un irrealizable sueño! ¡Los sentimientos que él sofocaba con tanta pena, los alentaba en él, le daban casi el derecho de declararlos! Era demasiado.