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Actualizado: 14 de mayo de 2025
«Cuando este puente se acabe dijo Relimpio en tono de mucha autoridad , no servirá sino para que se arrojen de él los desesperados». Isidora miró con desprecio al puente, y repuso: «¡Quia! Eso es muy bajo». Subieron por la calle adelante.
¡Qué desgracia!... murmuró ella llevándose la mano a los ojos, como para disimular una lágrima . ¿Y quién me va a mantener? ¡Yo! exclamó Relimpio dándose un golpe tan fuerte en el pecho que este resonó en hueco como una caja. ¡Usted!... ¡Ay, qué gracia! ¡Si usted más está para que le mantengan que para mantener! Trabajaré.
Bou, también algo turbado, pidió perdón a Miquis y se fue con Relimpio a un despachito cercano, donde Augusto les oyó secretearse. «Le ha traído una carta o recadillo pensó el doctor, proponiéndose no darse por entendido . Ya, ya...».
La familia Relimpio vivía pobremente, porque D. José, con ser tan maestro en números, no había sacado de ellos ninguna sustancia. Doña Laura conservaba una casa y una viña en Dolores, que le daban mil reales al año. Las niñas trabajaban para las camiserías. Tenían máquina, y cosiendo noche y día, velando mucho y quedándose sin vista, allegaban de cinco a siete reales diarios.
Su frente era espaciosísima y su fisonomía de esas que parecen revelar un entendimiento profundo y sintético. Tenía algún parecido con Cavour, de lo que provenían las bromas un tanto pesadas que le daban. Para juzgar su talento, acudiremos a un dicho de Melchor de Relimpio: «El mejor negocio que se podría hacer en estos tiempos, ¿a que no saben ustedes cuál es?
Aunque Isidora no iba sola, era demasiado guapa y D. José demasiado humilde para que la joven dejase de oír una y otra vez algunas fórmulas equívocas del requiebro de las calles, nacido de la mala educación y de la falta de respeto a las mujeres. «Vámonos a casa dijo Relimpio algo amostazado . Yo no me puedo contener. Soy una pólvora. Tú no conoces mi genio. Pues bien, me estás comprometiendo.
Como el gran Relimpio hablara entonces de médicos y ensalzase a Miquis, el hombrazo dijo: «¡Ah Miquis!... Ese todo lo cura con agua fría. Le conozco mucho. Asiste a mi hermana Rafaela, la mujer de Alonso, el conserje de la casa de Aransis». Isidora no esperaba oír citar su casa ilustre, y se inmutó un poco.
Mucho sorprendió a Relimpio, cuando se acercó al lecho conyugal, ver a su cara mitad todavía despierta. «¿Estás en vela, chica? le dijo quitándose su gorrete . Acabo de leer el periódico... ¡Qué cosas pasan! ¡Cómo marean a ese pobre señor! Yo sigo en mis trece; sostengo que D. Amadeo es una persona decente. Déjame en paz. ¡Contenta me tienes!
«¿A dónde vas ahora?» pregunto con interés de padre D. José de Relimpio. Isidora tenía un papel en que había apuntado varias cantidades. Era mujer de orden. Aquellos numeritos representaban deudas contraídas en la prisión. Dígolo por traer una carretela para llevarla a usted a mi casa. ¿Usted se entera?».
Después que le sirvieron el café, agachó la cabeza, y en el círculo que formaban las cuatro o cinco cabezas de sus amigos que se alargaron para oírle, hizo la confidencia: «Se lo digo a ustedes en gran reserva». ¿Pero qué es? ¡Misterios!... Sagasta está disgustado. Me lo ha dicho su secretario particular. ¡Ah!, yo también lo oí indicó Relimpio . Es cierto... como que tiene dolor de muelas.
Palabra del Dia
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