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Actualizado: 14 de junio de 2025
Don Manuel, recordando su destino, iguala a Isaías en gravedad elegíaca y arrebato poético. Verifícase en toda España una limpia general del comedero de todos los Peces habidos y por haber. Hay quien cree firmemente que se acaba el mundo. Dispersión de la familia de Relimpio. Isidora vuelve a Madrid; está algo desfigurada, pero, según sus cuentas, en diciembre concluirá aquello.
¡Oh!, sí, ¡qué dirán los marqueses de Relimpio! No son marqueses, pero son personas honradas. ¿Quieres ir esta noche al Teatro Real?». ¡El teatro Real! Otro golpe mágico en el corazón y en la mente de la sobrina del Canónigo. «Pero a eso que llamas paraíso, ¿van personas?... ¿Personas decentes?... Lo más decente de Madrid, la flor y nata».
Isidora le observó con tanta lástima como sorpresa, diciendo: «¡Padrino...!». Relimpio la miró como se mira una visión celeste, y poniendo los ojos en blanco, todo suspenso y como transportado a una esfera ideal por el delirio de la inspiración poética, murmuró con arrullo estas palabras: «¡Hurí, hurí..., nadie osará ya mancillar tu blancura!
Entre tantas combinaciones no se le ocurrió al joven Relimpio la más sencilla de todas, que era trabajar en cualquier arte, profesión u oficio, con lo que podía ganar, desde un peseta para arriba, cualquier dinero.
El calabrote está en la calle del Clavel manifestó Relimpio con el aplomo de un agente de Bolsa, que tiene en la memoria las colocaciones de fondos realizadas en todo el año. Es verdad... ¿Y el brillante? También, hija. ¿No te acuerdas? Lo llevé el mes pasado. Del Monte ha de haber cinco papeletas. Justo, cinco... Hay además ocho...
El mundo era de otro modo; la Naturaleza misma, el aire y la luz eran de otro modo. La gente y las casas también se habían transformado; y para que la mudanza fuera completa, ella misma, Isidora, era punto menos que otra persona. «¿Pero a dónde vamos, hija?» preguntó Relimpio viendo que andaban y desandaban calles, subían costanillas, y divagaban pasando muchas veces por un mismo sitio.
Entró en su casa tarde, cargada de compras, porque añadió a las indicadas arriba dos cucuruchos con orejones y galletas para obsequiar a D. José Relimpio. Con tanto paquete entre las manos se le ajaron las rosas.
Se creía tan por encima de sus primas en esto, que cuando se trataba de prendas de vestir, de la elección de un color, flores o adorno cualquiera, la de Rufete manifestaba a las de Relimpio un desdén compasivo. «Estas pobres cursis decía para sí de despepitan por imitarme, y no pueden conseguirlo». Algo de verdad había en esto. Isidora tenía una maestría singular y no aprendida para arreglarse.
Entonces vieron los de Relimpio que en casa de Rufete había dos niños, Isidora y un varoncillo de dos años. Tomás dijo a Relimpio con misterio que su hija había muerto y que aquella que vivía y el niño se los había dado a criar una dama que no nombró.
Tan distraída estaba, de tal modo se le escapaba el pensamiento para entregarse a su viciosa maña de reproducir escenas y hechos pasados, presentes y futuros, el habla y figura de distintas personas, que no atendía a la lección más que con los ojos y con un mutismo respetuoso que Relimpio tomaba por la mejor forma de atención posible. Empezaba el verano.
Palabra del Dia
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