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Actualizado: 14 de junio de 2025
Entró en su vivienda, sacó un manojo de llaves, y señalando la escalera, dijo con formas respetuosas: «Pasen los señores. Verán lo que hay». Miquis, presentando a los que le acompañaban, no pudo reprimir sus instintos de malignidad zumbona, y habló así con afectada finura: «El Sr. D. José de Relimpio y Sastre, ¡consejero de Estado!». Don José se inclinó turbado, sin atreverse a contestar.
Ella no decía más que esto: «¡Hoy!, ¡hoy!». Ya de regreso el padrinito, lograron ambos, a fuerza de persuasiones y añadiendo a ellas algo de violencia, que Isidora se acostase. Relimpio preparó la comida.
Teniendo todos la misma manía, cada cual cultivaba una especialidad, pues Leopoldo Montes llevaba un día y otro infaliblemente, noticias de crisis; D. Basilio descendía siempre a menudencias de personal; Relimpio era procaz y malicioso en sus juicios; Rubín descollaba por suponerse que todo lo sabía y que se anticipaba a los sucesos viéndolos venir, y por último, Feijoo era profundamente escéptico, y tomaba a broma todas las cosas de la política.
Vacó dos meses el gabinete, hasta que vino Isidora, y con ella los cuatro reales diarios, y a más los ocho de la comida. Sin este refuerzo la hacienda de Relimpio se habría resentido bastante.
Daba un sonsonete de autoridad a sus palabras, medíalas mucho, tomaba el café con más pausa que de costumbre, y a cada momento echaba una frasecilla de protección. «Pero amigo Montes, no hay que apurarse... ya veremos, ya veremos si se te puede meter en algún hueco... D. Basilio me tiene que dar unos datos que necesito sobre la recaudación de la provincia de X... Oiga usted, Relimpio, no se dé prisa a presentar la memoria, porque esta situación dura.
Pero se sintió herida en lo más vivo de su alma cuando Miquis, después de transformar el humilde cuarto en aristocrático gabinete, dijo con el mismo tono de encomio: «Bien se conoce en esta rica instalación el buen gusto del marqués viudo de Saldeoro. Adiós, marquesa. Ceno en el palacio de Relimpio». Cuando Augusto se marchó, quedose Isidora meditabunda, clavados los ojos en su propia falda.
La Sanguijuelera visita a los de Relimpio y califica la conducta de su sobrina con palabras que a pluma más hipócrita no podría velar con los disimulos del lenguaje. Abril. Desarme de la Milicia por la Milicia. Dos cobardías se encuentran frente a frente y del choque resulta una página histórica. No corre la sangre.
Así, desde que Isidora parecía intranquila, D. José se levantaba diligente y acudía junto a ella. Las diez serían cuando Relimpio, que había descabezado un sueñecillo, despertó con sobresalto porque oyó la voz de Isidora. ¿Había alguien en la habitación? No, no había nadie. Isidora hablaba consigo misma.
Miraba a los tres caballeros, que se habían detenido algo más arriba, junto al jardín de Casa Riera. Parecía que se despedían. En efecto, dos siguieron hacia la Presidencia, y el del gabán claro bajó por la calle de Alcalá. ¡Instante tremendo, que no olvidaría jamás D. José Relimpio aunque viviera mil años!
Bonito estaba todo; pero él lo miraba con desdén y, sobre la impresión recibida, ponía un pensamiento de melancólica burla y sarcasmo. En un balcón había visto a Melchor de Relimpio, muy enfatuado, junto a unas damas que le parecieron las de Pez. Siguió adelante, y a la vuelta de una esquina encaró con el nunca bien ponderado Gaitica, que venía a caballo, hecho un potentado, un sátrapa.
Palabra del Dia
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