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Actualizado: 14 de junio de 2025
Vendré por aquí... No se mueva usted de esta casa. Yo le daré algo para que se mantenga y pague el alquiler...». Relimpio tembló con sudor frío. «Por mi hijo y por usted consiento en ser Isidora algunos ratitos. Conque... abur, abuelo...». Corrió hacia la puerta, y hallando que no estaba la llave en ella, como de costumbre, retrocedió para buscarla.
Después de la una sólo quedan los enviciados con la conversación, los adheridos al diván o a las sillas por una especie de solidificación calcárea, las verdaderas ostras del café. Juan Pablo no se iba hasta que cerraban las puertas, y de todos sus amigos el único que tan a deshora le acompañaba era Melchor de Relimpio.
Todo lo ocurrido en ese largo espacio de treinta y cuatro meses en que ha estado fuera de nuestra vista, merece algo de historia, y para ello aprovechemos las efemérides verbales de D. José de Relimpio, cuya amabilidad para el suministro de noticias es inagotable. 1873. 1.º de marzo.
Hasta el retrato del dueño de la casa, al óleo, detestable, colgado en la pared principal, rebosaba satisfacción en su acaramelado semblante. «Estoy hablando», decía Relimpio siempre que lo miraba. Frente al retrato había una laminota, en la cual D.ª Laura se inspiraba siempre para increpar a su marido.
«Soy muy desgraciado; padezco los mayores tormentos..., tormentos morales, del corazón dijo Relimpio con la voz más débil y balbuciente que se puede oír . Cierto día unos amigos me hicieron tomar Champagne. ¿Qué creerás?
«El alfonsismo es un crimen» afirmó con la mayor suficiencia Leopoldo Montes, que no se paraba en barras para expresar una opinión. Pero un crimen de lesa nación agregó Rubín . Es lo que yo le decía anoche a Relimpio, que también se va cayendo de ese lado. ¡En estos momentos, cuando no se sabe lo que saldrá de la guerra...! Pues qué, si D. Carlos no fuera un necio, ¿no estaría ya en Madrid?
Líos, sí; ¿pues qué quieren decir las visitas del marqués de Saldeoro? ¿Sabes quién es ese danzante? Una persona decentísima, un caballero, un joven... murmuró Relimpio aletargándose. Sea lo que quiera, esas visitas me apestan. No es mi casa para estas cosas, señorita doña Isidora. Tú, Relimpio, como eres tan alma de Dios, no te fijas; yo sí.
Todo sea por Dios dijo Relimpio, conociendo que había llegado la ocasión de mostrar energía . Sospecho que vas a mala parte, sospecho que te perderemos para siempre, y no te puedo abandonar, no; tú eres lo que más amo, te quiero más que a mis hijas, porque te quiero de dos maneras, como padre y como..., en fin, yo me entiendo.
Antes que él pudiera decir algo, Isidora prosiguió de este modo: «Me fastidia usted con su preguntar, con su entremeterse en todo, con sus cuidados tontos...». Cada palabra era como un golpe de maza en el bondadoso corazón de Relimpio, el cual, a punto de romper a llorar, se incorporó en el macizo lecho y habló así: «Hija mía, yo te quiero más que a las niñas de mis ojos.
Un tal Arias depuso en términos diametralmente opuestos, y D. José de Relimpio, llamado también, declaró en términos categóricos a favor de la que llamaba su ahijada; mas su declaración, falta de solidez, daba lugar a dudas acerca de la sinceridad del anciano. Sobre tan misterioso asunto, él no sabía gran cosa.
Palabra del Dia
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