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Sus labios de carne de víbora, al posarse en mi frente, me dieron tanto asco y tanta risa, que no me atreví a increpar a Tucker por sus infamias.

No veía a Baltasar desde la disputa en el merendero, y entrole, de pronto, deseo invencible de hablar con él, para suplicar o para increpar, ella misma no sabía para qué; pero, en suma, para desfogar, para romper aquella horrible monotonía del tiempo que pasaba inalterable. Enviole el mensaje por Ana. Baltasar respondió: «Ya iré».

Este llegó a ser tan intenso, que no había respiro entre golpe y golpe. A Benina la tocaron los proyectiles en partes vestidas, donde no podían hacer gran daño; pero Almudena tuvo la desgracia de que un guijarro le cogiese la cabeza en el momento de volverse para increpar al enemigo, y la descalabradura fue tremenda.

Jacinta no pensaba en nada importante; Fortunata , y por la mente le pasó toda su historia como envuelta en una nube de fuego. Se le vinieron a la boca palabras duras para increpar a aquella mona del Cielo, que le había quitado lo suyo. ¿Pues no era esto una gran injusticia?

Esa riña inconciliable con el presente, es, pues, un fenómeno curioso en un espíritu de esa altura, y nos sería lícito esperar que la influencia de tales ideas se limitase al respeto de la forma y no alcanzase a obrar sobre la percepción de las cosas. ¡Qué acentos de indignación encuentra Caro para increpar a Quintana su grito generoso, humano, cuando, reconociendo las crueldades de la conquista, quiere alejar de su patria la maldición de un mundo y echar la responsabilidad sobre la época!

Su voz sonora regalaría el oído si su palabra no fuera un compuesto atronador de todas las maneras posibles de reír, de todas las maneras posibles de increpar, de los tonos del enfático discurso y del plañidero sermón.

Su tía acudió corriendo y al enterarse, en vez de verter lágrimas, comenzó á increpar á su marido: ¿Lo ves, burro, lo ves? ¿Ves lo que te está pasando por esa afición al palique, por no hacer caso de ?... ¡Si hubieras ido á ordeñar las vacas no te hubiera pasado nada!

Hasta el retrato del dueño de la casa, al óleo, detestable, colgado en la pared principal, rebosaba satisfacción en su acaramelado semblante. «Estoy hablando», decía Relimpio siempre que lo miraba. Frente al retrato había una laminota, en la cual D.ª Laura se inspiraba siempre para increpar a su marido.