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Pero por más recados de esta clase que dió, nunca pudo conseguir una respuesta de lo alto. En general, la mayor parte de los volátiles celestes jamás volvían á las regiones terrenales, pero de tarde en tarde la mujer de Adán lograba reconocer la cara de alguno de estos seres alados.

Cuando quedaron solos, Novoa dejó su taza sobre un velador, dió varias chupadas al cigarro, mientras parecía concentrar su voluntad, y al fin dijo con resolución: Tengo un encargo que darle: me envía cierta persona... sospecho que hago un mal papel. ¡Un hombre como yo llevando recados de esta clase!... Pero ¿qué es lo que las mujeres no nos obligarán á hacer?... Además, entre hombres debemos ayudarnos.

Todo lo que éste hiciese le parecía bien y digno de agradecimiento. He aquí nuestra servidumbre dijo Robledo. Y presentó á una mestiza gorda y entrada en años, la criada principal, dos pequeños mestizos descalzos, que llevaban los recados, y un español rústico, encargado de la caballeriza.

Se enjugó cuidadosamente las lágrimas, aguardó todavía algún tiempo para que la brisa del mar borrase por entero sus huellas, y así que se halló bien serena se dirigió con paso firme á la puerta de la tienda y entró. Las pocas personas que allí había saludáronla con agasajo. Joselillo le preguntó si podría marcharse á evacuar algunos recados; no lo consintió: tenía que hacer arriba.

Aquella mañana encontraba al escritorio algo de nuevo, de extraordinario, como si entrase en él por vez primera, como si no hubiesen transcurrido allí quince años de su vida, desde que le aceptaron como zagal para llevar cartas al correo y hacer recados, en vida de don Pablo, el segundo Dupont de la dinastía, el fundador del famoso cognac que abrió «un nuevo horizonte al negocio de las bodegas», según decían pomposamente los prospectos de la casa hablando de él como de un conquistador; el padre de los «Dupont Hermanos» actuales, reyes de un estado industrial formado por el esfuerzo y la buena suerte de tres generaciones.

Veíase Izquierdo acosado, requerido; recibía esquelas y recados a toda hora, y le desconsolaba el no tener tres o cuatro cuerpos para servir con ellos al arte. Ni había oficio en el mundo que más le cuadrase, porque aquello no era trabajar ¡qué demonio!, era retratarse, y el que trabajaba era el pintor, poniendo en él sus cinco sentidos y mirándole como se mira a una novia.

Fué preciso comprar más hielo para ponersolo en vejigas en la cabeza, y después hubo que traer el iodoformo; recados que el Peor desempeñaba con ardiente actividad, saliendo y entrando cada poco tiempo.

Este capellán era un joven delgado, con rosetas en las mejillas, indicio de un temperamento enfermizo, los ojos vivos e insolentes, la nariz fina, la boca pequeña, con un pliegue hipócrita y malicioso. Había sido un criadillo que doña Serafina metió en casa para recados y servir a la mesa, poco después de quedar viuda. Observando su listeza y encariñada con él, una vez trasladado su domicilio a Lancia, le dio carrera, enviándole al seminario. En las horas que le dejaban libres las clases, Joaquín seguía desempeñando su oficio de criado. Luego que tomó las órdenes le hizo su administrador; hoy era sus pies y sus manos. No salía a la calle sino en su compañía, era su director espiritual y su consejero temporal. Espectáculo curioso en verdad la trasformación súbita de un doméstico en señor de su propia ama.

Un delfín complaciente iba y venía llevando recados entre Poseidón y la nereida, hasta que, rendida por la elocuencia de este proxeneta saltarín de olas, aceptaba Anfitrita ser esposa del dios, y el Mediterráneo parecía adquirir nueva hermosura.

Su madre había sido nodriza de ésta, y ella niñera, por más que no llevaba a la señorita más de doce años. Doña Tula la protegía y la llamaba para recados cuando hacía falta. Tenía una prima, criada de unas niñas que asistían al colegio del Corazón de María, y por su mediación se comunicaba con la señorita Gloria, a la cual también iba a ver de vez en cuando.