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Dijéronle una vez que iba perdida la elección que él manejaba; gritó él furioso: «¿Perder el cura de Anles una elección?», y, al gritar, dio el más soberano puntapié a la urna, que era un puchero, haciéndola volar en miles de pedazos, desparramando las cédulas y logrando, con tan sencillo expediente, que su candidato triunfase. La hazaña le valió la gran cruz de Isabel la Católica.

Y en vez de concluir la frase, dio un puntapié a los molosos que de un brinco abandonaron la casa. Ven dijo en seguida, voy a llevarte. Subimos la escalera, en silencio, sin mirarnos. «¡Ahora eres una extraña para élme dije. Y me sentí sobrecogida de angustia, como si acabara de perder una felicidad acariciada desde mucho tiempo.

Ramón quiso replicar; pero recibió tan vigoroso puntapié, que el cardenal que le resultó contribuyó poderosamente a que su viaje de vuelta fuera sumamente penoso, puesto que había recaído en el lugar que estaba en contacto con el albardón. Por una circunstancia que se aclarará más adelante, el barbero había conseguido reunir una buena suma de dinero.

Aquel rey de bastos, con hopalanda azul ribeteada de colorado, los pies simétricamente dispuestos, la gran maza verde al hombro, se le figuraría bastante temible si supiese que representaba un hombre moreno casado don Pedro . La sota del mismo palo se le antojaría menos fea si comprendiese que era símbolo de una señorita morena también Nucha . A la de copas le daría un puntapié por insolente y borracha, atendido que personificaba a Sabel, una moza rubia y soltera.

¡Ah! rugió más que dijo. Y al decir esto, dió un puntapié al retrato, que cayó al suelo con estrépito. En seguida se puso a brincar sobre él los dientes apretados, los ojos inyectados en sangre, con una de esas cóleras fragorosas de los hombres fuertes y pacíficos. La tela quedó al instante hecha pedazos.

Pero cuando la bella dama se hallaba ya sentada en su cabalgadura, tuvo el insolente la audacia increíble de pellizcarla una pierna. Elena, arrebatada de cólera, le dio un puntapié en el rostro con tal ímpetu que el pintor vaciló y estuvo a punto de caer. Se llevó la mano a la cara y se le declaró una violenta hemorragia por la nariz.

No, querido amigo, yo fui cazado por ella... Un día, me había retrasado en el campo y me iba a pie a Sidi-Bel-Abes, cuando vi detrás de la sombra de un animal que tomé por un gran perro, por un ternero escapado de algún rebaño, ¿qué yo?, del que no volví a ocuparme más... Aquel animal me siguió paso a paso y al llegar a mi hostería estaba literalmente pisándome los talones... Impaciente, quise alejarle de un puntapié... Y un rugido que no daba lugar a ninguna duda respondió a esta imprudente familiaridad.

No tenía muy robustas piernas el escribiente, muchachón enclenque y larguirucho; y a breve distancia perdió fuerzas, tropezó con un tronco, cayó de bruces... Tendido en el suelo sintió que se acercaba un hombre y que dos hercúleos brazos lo ataban codo con codo, lo registraban y le quitaban el revólver... Pidió gracia por la vida... Nadie le contestó... Pero un violento puntapié lo obligó a levantarse... Vio entonces que tenía enfrente un gaucho forajido.

Los esposos salieron cabizbajos, y cuando se despedían de Doña Sagrario en la puerta, el condenado vejete agarró con su zarpa acerada el brazo de Tablas, que a su lado estaba, y con ardiente anhelo le dijo: Tablas, cuatro duros, cuatro duros para ti, si vas ahora y le das un puntapié a ese tunante y le arrojas rodando por la escaleras. No hagas daño a mi nieta, ¿entiendes? a mi nieta no.

Gonzalo, que era un grandullón de trece años, viendo aquella fea tosquedad, acudió en su auxilio, y puntapié va, trompada viene, soplamocos a uno y puñada a otro, en un instante puso en dispersión a los tres o cuatro descorteses mozuelos. Los ojos de las diminutas bailarinas le contemplaron con admiración.