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Señora le respondí juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no había moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.

Vieron también las gacelas, competidoras del viento en la carrera, las descorteses llamas, que escupen a quien las visita, y los zancudos canguros, que se guardan a sus hijos en el bolsillo. Satisfecha la curiosidad de Isidora, poca impresión hizo en su espíritu la menguada colección zoológica. Más que admiración, produjéronle lástima y repugnancia los infelices bichos privados de libertad.

Y trayendo en el aire, para entrar más de rebozo, el Diablillo dos pares de antojos, con sus cuerdas de guitarra para las orejas, que se las quitó a dos descorteses, que con este achaque palían su descortesía, que estaban durmiendo, por ejercella de noche y de día, entraron muy severos en la dicha Academia, que apatrocinaba, con el agasajo que suele, el Conde de la Torre, Ribera, y Saavedra, y Guzmán, y cabeza y varón de los Riberas.

La que en el anterior coloquio pronunciara frases altaneras y descorteses tenía por nombre Flora y por apodo la Burlada, cuyo origen y sentido se ignora, y era una viejecilla pequeña y vivaracha, irascible, parlanchina, que resolvía y alborotaba el miserable cotarro, indisponiendo a unos con otros, pues siempre tenía que decir algo picante y malévolo cuando los demás repartijaban, y nunca distinguía de pobres y ricos en sus críticas acerbas.

Era quizás perfectamente injusto, quiero creer que ningún fundamento tenían las suposiciones descorteses que había hecho; pero veía en él al marido de la condesa De Nièvres, a través de suspicacias muy poco lúcidas, y con razón o sin ella, aquellas suspicacias me lo presentaban reservado, sospechoso, casi hostil. Habían llegado por la mañana. Julia, indispuesta y cansada, dormía.

La del diente menos, estirándose más y tomando una actitud más que perezosa, chabacana, le dijo entre risas muy descorteses: «Si estuviera aquí la Señora, no pasaría usted esos apurillos, porque con echarse a sus pies y llorarle un poco... Dicen que la Señora consuela a todas las amigas que le van con historias y que tienen maridos tacaños o perdularios.