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Actualizado: 25 de junio de 2025
Por eso se dice que todo anda trastornado y al revés, hasta los cielos benditos, y lleva razón Pulido cuando habla de la rigolución mu gorda, mu gorda, que ha de venir para meter en cintura a ricos miserables y a pobres ensalzaos».
Modestísimo rubor en el rostro de la agraciada, que extiende las manos y mueve la cabeza diciendo que no... La duquesa de Bara la anima cariñosamente... La García Gómez detiene su indignación, hasta ver si está ella incluida en la lista... Tras el telón, Butrón mira a Pulido, y Pulido mira a Butrón, y ambos se ríen... El tío Frasquito, envuelto en su dignidad, permanece en cuclillas... Diógenes aparece sobre el tablado y busca algo junto a la pared, dentro de los bastidores del lado izquierdo... La marquesa de Butrón prosigue...
Hizo el respetable Butrón un alto, para dejar saborear al señor Pulido la gordísima mentira, y prosiguió diciendo: Segunda..., que al despedirse Cánovas, me entregó este proyecto de tratado secreto con Alemania y golpeaba los papeles que tenía delante , y necesito para estudiarlo... tiempo y soledad...
La marquesa de Butrón bajó los ojos como distraída al oír hablar de la unidad católica, y acentuóse aún más la sombra de tristeza que nublaba siempre su rostro. El integérrimo diplomático y el señor Pulido cruzaron entre sí una rápida mirada; indudable era que los dos compadres habían hablado más de una vez del asunto en junta de íntimos, del lado de allá del biombo.
Esta metáfora traducida a buen romance quiere decir que Leonorcica, lejos de lloriquear y tirarse de las greñas, tocó generala, revistó a sus amigos de cuartel, y de entre ellos, sin más recancamusas, escogió para amante de relumbrón al alférez del regimiento de Córdoba don Juan Francisco Pulido, mocito que andaba siempre más emperejilado que rey de baraja fina. Mano de Historia
Cumplido mi servicio, pulido mi espíritu hasta donde me había sido dado lograrlo y ansiando mezclarme al mundo de Buenos Aires, que hervía a mi alrededor y me atraía como atrae siempre lo desconocido, pedí mi baja y me separé del 6º; como quien dice, dejé mi casa, y en ella todos los halagos de mi juventud, todas mis afecciones de la vida.
El venerable Butrón seguía desde su agujero toda aquella pantomima, y murmuraba nervioso y exaltado: ¡Bien por Currita!... ¡Es lista esa mona Jenny, caramba!... ¡Con que María Villasis haga lo mismo, triunfamos! El señor Pulido, profeta siempre de desdichas, se permitió dudarlo; su olfato finísimo había adivinado un escollo en que el respetable Butrón no paraba mientes.
Detúvose aquí el diplomático con solemne pausa, y añadió sentenciosamente: Todo árbol es madera, pero el pino no es caoba... En mi opinión, ni Sabadell puede ser ministro, ni yo puedo dejar de serlo. El dedo del señor Pulido comenzó a subir y bajar con riesgo manifiesto de descoyuntarse, cual si marcaran sus oscilaciones los grados de impaciencia de su dueño.
Pulido, en su vasta sabiduría, conoce estas yerbas antiguas y todas las palabras modernas de las Facultades de Berlín, París y Estocolmo. No creas que mi enfermedad ha sido cosa de juguete. Durante una semana estuve muy malita. ¡Y me entró una tristeza!
En la portería daban asilo a un conocido de Benina, el ciego Pulido, que era también punto fijo en San Sebastián.
Palabra del Dia
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