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Actualizado: 2 de julio de 2025
Contra su deseo, encontraba razonadas las protestas de Atilio. Tal vez era cierto cuanto decía, y este duelo resultaba un disparate, una locura del príncipe.
Tú, Morenito, ya has acabado de armar escándalo, porque lo digo yo, ¡ea! Te vas abajo a dormir en seguía, o te hago bajar de dos patás. El bravo se encogió. Únicamente de su padre y de aquel señor aguantaba verse tratado así. Pero don Carmelo era un ángel, se portaba bien con los pobres, y él sabía distinguir a las personas buenas, obedeciéndolas. A pesar de esta sumisión, aún masculló protestas.
Una tempestad de protestas seguía a esta proposición. ¡Fuera! ¡Querían que saliese el santo! ¡Que hiciera el milagro, como siempre!
¡Guarda ese papel, bruto!... Ya me temía yo tus protestas... Es para tus hijos y para que tú descanses. No hablemos más, ó me enfado. Luego, para vencer sus escrúpulos, abandonó el tono violento y dijo con tristeza: Carezco de herederos... No sé que hacer de mi fortuna inútil. Y repitió una vez más, como una queja contra el destino: ¡Estoy podrido de dinero!...
En el corazón de Soledad se alzaban, sin embargo, de cuando en cuando, protestas contra aquella privación del hijo que le parecía la amputación de parte de su alma. Una tarde de invierno, las dos hermanas paseaban a pie por las alamedas solitarias de la Moncloa.
Yo con mil reales seré más rico siempre que tú con mil duros; porque sé gastarlos. Calderón gruñó algunas protestas y siguió trabajando. El duque, sin quitarse el sombrero, dejóse caer en la única butaca que allí había forrada de badana blanca, o que debió de ser blanca.
Luego regresaba á media noche en un carruaje de alquiler, pagando á manos llenas al cochero asombrado. Otras veces, de pie ante la verja, rebuscaba en su portamonedas antes de reunir el precio de la carrera. Los hados habían mentido. Los augures de los cartoncitos estaban á aquellas horas tan limpios como él. Toledo mascullaba protestas.
Surgió en su interior una repulsión de casta, al pensar que pudiera protegerle aquel compatriota de gustos ordinarios. No le era antipático; pero nunca le admitiría como un igual. Elena acabó por irritarse, cansada de sus protestas.
Hacía las «flores»: los pespuntes en forma de triángulo que adornaban los extremos de las ballenas. Era una tarea costosa y mal pagada, como todos los trabajos femeniles. Isidro se enfadó. ¿Deseaba matarse? Pero la sonrisa de Feli contuvo sus protestas. Señalaba con los ojos aquel cajón de la cómoda donde metía el dinero. Apenas quedaban unas cuantas pesetas de lo que les trajo el tío Manolo.
La señorita Guichard escuchaba distraidamente las protestas afectuosas de Mauricio; cuanto el joven le decía era para ella letra muerta. Consideraba su amabilidad como un ardid de guerra y la consideraba nula. Todo lo que Mauricio le hablaba de cariño y de reconocimiento no tenía más efecto que distrerla desagradablemente de la conversación de Roussel con Herminia.
Palabra del Dia
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