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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Antonio, su cuñado, acogía este éxito con torvo ceño y sordas protestas delante de su mujer y su suegra. Un desagradecido el espada.

Raúl no quería oír nada y le cerraba la boca con sus declaraciones inflamadas y sus calurosas protestas, fraseología sentimental en la que sobresalía y de la que se servía esta vez con una sinceridad más comunicativa que su habilidad ordinaria. La amaba, y el amor era la razón suprema y el supremo deber.

El mismo acusado, en medio de sus protestas, de su exasperación, no encontró ni un argumento, ni un hecho que citar en su defensa. Ni una declaración le fué favorable, y en cambio hubo en contra suya veinte de las más abrumadoras. ¡Oh! Se puede decir que todo contribuyó á perderle, su misma imprudencia, su conducta anterior, todo, en fin.

Era la corazonada misteriosa que en el redondel le hacía desoír las protestas del público, lanzándose a las mayores audacias siempre con excelente resultado. Cuando salió ella del templo, volvió a mirarle sin extrañeza, como si hubiese adivinado que iba a esperarla en la puerta.

Había pasado la noche en el Casino, silencioso y malhumorado bajo la obsesión de estas protestas. ¿Qué tenía su proyecto de extraño y absurdo para que lo repeliese aquel chueta, a pesar de constituir un honor para su familia, y aquel payés rudo y falto de escrúpulos, que vivía casi fuera de la ley?...

Sonrisas discretas, protestas, exclamaciones, criticando o aprobando la teoría eminentemente aristocrática de Martholl, surgieron de todos lados; luego la conversación recuperó su curso tranquilo, en tanto que María Teresa sentía aumentar su malestar moral. ¿Por qué Martholl sentía tales cosas? ¿Cómo osaba decirlas? ¿De qué muslo de Júpiter habría salido su familia? ¿Qué noble genealogía de héroes o hidalgos, protegía aquel nombre de Martholl?

El célebre tribunal de la Inquisición, favorecido por el odio nacional á moros y judíos, se fundó ya en el reinado de Fernando y de Isabel, dándose mayor extensión á sus facultades en los reinados siguientes y ensanchando el círculo de su autoridad, más limitada en un principio, no obstante las diversas protestas de las Cortes contra este cuerpo temible, cuyo nombre se pronunciaba con horror por toda Europa.

La que alguna vez protestaba sordamente contra esta exclusiva centralización de las atribuciones administrativas era su madre, aquella señora delgadísima, de ojos hundidos, de quien hicimos mención en el primer capítulo. Tales protestas no eran, sin embargo, frecuentes ni duraderas. En el fondo había un acuerdo perfecto entre la suegra y el yerno.

La señora Chermidy, disfrazando su odio bajo una máscara de compasión, buscó ávidamente algunos síntomas de muerte entre las protestas de ternura, y no quedó más que medianamente satisfecha. El olor que exhalaba aquella correspondencia no era el que atrae los cuervos a los campos de batalla.

Felipe se la entregó maquinalmente, mientras se deshacía en protestas exageradas para convencer a Alberto de que si le había agujereado el sombrero había sido sin intención deliberada... ¡Soberbia carrera acabo de emprender por vuestra culpa, caballeritos! dijo el conde bajando del coche. A Dios gracias llego a tiempo de evitar un desastre.

Palabra del Dia

bagani

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