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Actualizado: 2 de mayo de 2025
De nada valían las admoniciones amables de Lorenzo y Ricardo, ni los consejos respetuosos de Baldomero, ni los reclamos angustiosos de la propia madre, ni las hondas protestas de invariable y sincero afecto de su novia; Melchor, el bueno, el digno, el honesto, el fuerte, había caído, quizás para no levantarse más.
No; no era verdad que ella corriese tantos peligros casándose con él. Lo juraba a fe de Juanito Peña. ¡Su familia...! ¿Pero es que hacía gran caso de él? Podría casarse con quien quisiera, sin miedo a disgustos ni protestas.
Á un hombre de más edad y experiencia que Roger le hubieran sorprendido, é irritado quizás, sus réplicas, las súbitas alteraciones de su carácter, la prontitud con que se ofendía algunas veces y las lágrimas y protestas con que se sometía otras á las indicaciones de su maestro.
Don Carlos, amante de Doña Leonor de Lara, encuentra de noche un hombre en el aposento de su dama, tomándolo por su rival equivocadamente, y, bajo el imperio de otras diversas circunstancias, le da muerte impulsado por sus celos. Para salvar el honor de su amada, se la lleva consigo y la protege, considerándola culpable, y sin prestar atención alguna á sus protestas de inocencia.
A llevar y recoger a Cristeta iba el tío estanquero, no sin repugnancia y protestas de su cónyuge, la respetable y añosa doña Frasquita.
Venía á llevárselo para dar un paseo por el Bosque de Bolonia. La madre tuvo que acariciarle con vehemente ternura, y aún así, no pudo sofocar sus protestas de niño mimado. ¡Yo quiero quedarme con tío Manuel!... Pero tío Manuel necesitaba salir solo, y se lo explicó así al pequeño tirano, con palabras de excusa.
Su esposa no podía tolerar el desenfado de las sobrinas, y Pablo, el hijo mayor, el favorito de la madre, apoyaba sus protestas contra aquellas parientas que venían a turbar la tranquilidad de la casa, como si con ellas trajesen un olor, un eco, de las costumbres del marqués. ¿De qué te lamentas? decía don Pablo aburrido. ¿No son tus sobrinas? ¿No son sangre tuya?...
El doctor Ruiz gritó y manoteó desde la contrabarrera: ¡Deja eso, niño! Tú sólo sabes la verdad... ¡Matar! Pero Gallardo despreciaba al público y era sordo a sus protestas cuando sentía el impulso de la audacia. En medio del griterío se fue rectamente al toro, y sin que éste se moviese, ¡zas! le clavó las banderillas.
Se callaría el agonizante, dejando á sus amigos, los Terreròla ú otros, el encargo de vengarle. Y Batiste no sabía qué temer más, si la justicia de la ciudad ó la de la huerta. Empezaba á caer la tarde, cuando el herido, despreciando las protestas y ruegos de las dos mujeres, saltó de su camón. Se ahogaba; su cuerpo de atleta, habituado á la fatiga, no podía resistir tantas horas de inmovilidad.
Pues esta era la verdad, aunque no podía presentar testigos. ¡Parecía imposible que los señores síndicos, todos buenas personas, se fiasen de un pillo como Pimentó!... La blanca alpargata del presidente hirió una baldosa de la acera, conjurando el chaparrón de protestas y faltas de respeto que veía en lontananza. Calle vosté.
Palabra del Dia
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