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Actualizado: 13 de junio de 2025
D. Juan Diego Martínez de Marcilla hijo de D. Martín Garcés de Marcilla y de D.ª Constanza Perez Tizon , profesaba desde sus mas tiernos años amorosa inclinación a Doña Isabel de Segura, hija única de D. Pedro Segura, amen de caballero muy rico: la sensible jóven correspondía tiernamente a la pasión de D. Diego, quien a la edad de veintidos años manifestó a su amada, que deseaba tomarla por esposa; Isabel le contestó que iguales eran sus deseos, pero que tuviera entendido no lo haría sin que sus padres se lo mandasen: esta prudente contestación encendió mas en Marcilla la llama de su amor, y buscando ocasión propicia, hizo entender sus deseos al padre de la enamorada Isabel.
Cuenta Cide Hamete que estando ya don Quijote sano de sus aruños, le pareció que la vida que en aquel castillo tenía era contra toda la orden de caballería que profesaba, y así, determinó de pedir licencia a los duques para partirse a Zaragoza, cuyas fiestas llegaban cerca, adonde pensaba ganar el arnés que en las tales fiestas se conquista.
A Raguet era a quien profesaba Cónsul su odio más terrible. Hasta olfateábalo desde lejos. Pues, en cuanto pisaba la casa, de día o de noche, aunque para nada se acercase a la habitación donde se hallaba la jaula, Cónsul se ponía como fuera de sí.
En cambio, el patriarca montañés profesaba al cura un cariño y una admiración extraordinarios, gustaba mucho de oirle hablar sobre religión, y se consolaba en las penas que le ocasionaban su ceguera y su pobreza, escuchando las dulces y santas palabras del joven sacerdote.
Y así que se vió caballero, él, que profesaba cierto desprecio metafísico a las religiones positivas, aprovechó una procesión de la parroquia para llevar el farol, con la hermosa placa en el pecho y la banda por encima del frac. Los amigos de Maza tragaron mucha hiel.
Encomiéndote también fervientemente al glorioso San Julián, patrón de los viajeros. Sea tu vida cristiana y feliz. Penosa fué la despedida de aquellos dos hombres, el uno animado por el cariño paternal que profesaba al huérfano y el otro por su gratitud infinita hacia el bondadoso protector de toda su vida.
Mi primera pasión fue un perro ratonero. La verdad es que quien menos debía recriminar a Gloria por su alegría era yo. Sólo por una de esas aberraciones con que el sistema nervioso, excitado, nos atormenta, podía hallar mal una conducta que era el testimonio más convincente del entrañable amor que me profesaba.
Verdad que acallaban sus escrúpulos diciéndose que Amparo muy pronto sería la duquesa de Requena, en cuanto terminase el luto de la anterior esposa. Seguía el pleito entre el duque y su hija, más empeñado cada día y encendido. La Amparo se declaraba parte en él entre sus amigos; gozaba soltando contra Clementina el odio mortal que la profesaba en palabras tabernarias.
Mintió usted cuando reconoció ser el amante de su correligionaria; pero esa mentira, por lo menos, le fue casi arrancada por la esperanza de salvarla; mas ¿por qué ocultó usted los sentimientos que profesaba últimamente a la otra desgraciada?... El Príncipe temblaba: la Natzichet había dicho la verdad.
Amaba entrañablemente a don Pedro, a quien, como suele decirse, había visto nacer, y además profesaba el principio de respetar la alcurnia. Bien, hombre, bien gruñó , dejémonos de murmuraciones.... Cada uno tiene sus defectos y sus pecados, y a Dios dará cuenta de ellos. No hay que meterse en vidas ajenas.
Palabra del Dia
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