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Actualizado: 23 de junio de 2025


Cuando me miraba al espejo, convencíame de que mis ojos pardos tenían nuevo brillo, mi boca más frescura, y de que mi tez de meridional, adquiría matices róseos y delicados, que me producían vivísima satisfacción.

Apenas saciaba su hambre huía de la casa, valiéndose de la libertad en que le dejaba la señora Angustias ausentándose para sus faenas. En La Campana, ágora venerable del toreo, donde circulan las grandes noticias de la afición, recibía avisos de sus compañeros que le producían escalofríos de entusiasmo. Zapaterín, mañana corrida.

Esa tranquilidad, ese sosiego inmenso que se expandía sobre todo, esa inalterable calma de la atmósfera, esas luces inmóviles y esas grandes sombras, producían en uno la impresión de una pausa en el movimiento vertiginoso de siglos, de una espera intensa, de un momento de reflexión, o más bien quizá, una mirada de melancolía hacia el lejano pasado, cuando los astros, seres humanos, razas y religiones no existían.

En cambio en el dulce y grave semblante de Clara no tardó en señalarse la inquietud y el tedio que tanta charla frívola, tanta frase picante le producían. Reynoso había hecho colocar la mesa para almorzar en una isleta que había en el centro de una de las dos charcas que en la gran finca adquirida por él y agregada al Sotillo existían.

Tenían aquellas reuniones un colorido particular, y más de una vez fui espectador de las escenas que se producían entre sus altos y profundos augures.

Todo inútil: á la primera ocasión, Talín se mostraba igualmente suspicaz y grosero. Pues ahora caminaba delante con las orejas hacia atrás y el rabo tieso, mirando á menudo á su amo con ojos donde á la alegría natural que le producían las excursiones se juntaba cierta extraña inquietud. Lo mismo le acaecía siempre que á su amo se le antojaba ir á Villoria. Y había motivo para ello.

Le dio varios palmetazos en los hombros, y él la vio salir con desconsuelo. Habría deseado que le acompañase algún tiempo más, pues sus palabras le producían mucho bien. «Oye una cosa... Si quieres llamarme temprano, hazlo... Yo te prometo que mañana estaré más formal que hoy». Si estás despierto, entraré.

Tenía agua corriente, y un gran patio, que mis tías habían convertido en hermoso jardín, donde se producían hermosas flores y magníficas frutas; naranjas de China, como almíbar de dulces; aguacates, muy afamados en Villaverde; chinenes, blancos como la leche y sin una hebra; jinicuiles riquísimos, anchos, aromáticos, carnudos; guayabas-manzanas deliciosas.

Al ventilar semejante negocio, el tipo de la trotaconventos de salón, que sólo se diferencia de las otras en que no hace ruido, asomaba a la figura de aquellas solteronas, como anuncio de vejez de bruja; la chimenea arrojaba a la pared las sombras contrahechas de aquellas señoritas, y los movimientos de la llama y los gestos de ellas producían en la sombra un embrión de aquelarre.

Creo, además que, en efecto, lo estaban, porque yo no me movía a reírlos ni a celebrarlos con falsa risa, ni por interés alguno. La seguridad, la superioridad, el magnetismo sereno, que trae consigo el tener dinero, producían este fenómeno. No se debe extrañar, pues, que las personas ricas sean amadas y admiradas. En el día las amamos con más desinterés que antes.

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