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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Todos los animales que montábamos, eran por el estilo; en el camino llano que va a Soacha, sólo una nube de polvo revelaba nuestra presencia. Volábamos por él, y los caballos, excitándose mutuamente, tascaban frenéticos los frenos, y cuando algún jinete los precipitaba contra una pared baja de adobes o contra un foso, salvaban el obstáculo con indecible elegancia.
Entonces se decidió prontamente, y con agilidad digna de un muchacho de veinte años, saltó a la vía y rompió a correr hacia la fonda. No es para perdida cartera como aquella, repleta de dinero en sus formas más variadas y seductoras: oro, plata, billetes de Banco, letras. Se precipitaba.
¡Sí, al sentir el fuego que recorre mis venas, he comprendido que para mí no había otro bien en la tierra que en esta otra mitad de mí mismo, de la que la injusta suerte me ha separado! ¿Y quién me devolverá esos días de delicia y de gloria? ¿Quién será capaz de hacerme revivir ese pasado que ha devorado mi porvenir? ¡Aquel tiempo ¡ay! en que mi corazón estaba inundado de afectos tan dichosos! ¡en que todas mis facultades gozaban de una actividad tan poderosa, en que su sola proximidad, el rumor de su voz o el más ligero contacto me producían tal estremecimiento que me parecía que la vida iba a abandonarme o que mi alma se precipitaba en mis nervios! ¡Entonces lamentaba no poseer bastantes fuerzas para soportar mi felicidad, o bastante amor para sucumbir a él! ¿Por qué no debía de haber sucumbido de aquel modo, exhalar mi último suspiro en aquel estado de beatitud? ¿Por qué no me atreví a ceñirla entre mis brazos, a arrebatarla como una presa, a arrastrarla fuera de la vida de los hombres y a proclamarla mi esposa ante el cielo?
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho. ¡Alves! gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano. ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.
¡Un revólver! gritó uno; ¡pronto un revólver!¡ Al ladron! Pero la sombra, más ágil aun, ya había montado sobre la balaustrada de ladrillo y antes que pudiesen traer una luz se precipitaba al río, dejando oir un ruido quebrado al caer en el agua.
El sendero tan pronto se acercaba a la torrentera, llena de malezas y de troncos podridos de árboles, como se separaba de ella. Los soldados caían en este terreno resbaladizo. A cierta altura, el torrente era ya un precipicio, por cuyo fondo, lleno de matorrales, se precipitaba el agua brillante. Mientras marchaban Martín y Briones a caballo, fueron hablando amistosamente.
El agua se precipitaba desde una altura de algunos pies, al fondo de un ancho estanque profundamente encajonado, de forma circular que parecía limitar por todos los lados un anfiteatro de verdura, salpicado de húmedas rocas. Sin embargo, algunas quebradas invisibles recibían el exceso del agua del pequeño lago, y estos arroyos iban á reunirse algo más lejos en un lecho común.
Después subía como desesperado gato por la cuerda de las campanas, y por la misma vía subían también los puñales terribles. Luego se lanzaba por el interior angosto y húmedo de las cañerías que recibían el agua de los tejados, y la turba se precipitaba también por el interior del tubo, haciendo un ruido semejante al del agua.
Las zonas sin límites de la América ofrecieron otro teatro á sus hazañas, tan osadas é increibles, que parecían sobrepujar á todas las ficciones de los libros de caballerías; allá se precipitaba la fogosa juventud, y la carrera de la gloria, que casi podía llevar á la consecución de la regia pompa, se mostró patente, como lo probaron algunos ejemplos, hasta á las gentes de un rango inferior; y si es cierto que los móviles más generosos fueron á veces eclipsados por otros mezquinos y por bajas pasiones, no puede negarse que pusieron á la disposición de la corona de Castilla grandes recursos, y que ciñeron el nombre español con perdurable aureola.
Juan comprobó, con profundo disgusto, que Huberto Martholl se precipitaba tras de María Teresa, y se instalaba al lado de ella en el break; la joven lo recibió con una sonrisa. ¡Oh! cuánto habría dado Juan por oír las palabras que cambiaban...
Palabra del Dia
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