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Actualizado: 18 de junio de 2025


Aquella gran cerrazón plomiza, aquella barca chorreando agua, aquel pobre febricitante arrebujado en un viejo capote de caucho que relucía bajo la lluvia como una piel de foca: jamás he presenciado nada más lúgubre. El frío, el viento y el vaivén de las olas no tardaron en agravar en su enfermedad al pobre aduanero. Lo acometió el delirio y fue necesario atracar.

No creáis solía decir a los condiscípulos . Parece que no, pero Shanti es muy valiente. Muchas veces, después de tantos años, suelo soñar que voy en el Cachalote por la entrada de la cueva del Izarra y que no encuentro sitio donde atracar, y tal espanto me produce la idea, que me despierto estremecido y bañado en sudor.

A dos metros más allá del foque dominaban las tinieblas y las olas obscuras, en su concierto continuo de ruidos y de murmullos. Una hora después estábamos delante de Frayburu. No cómo pudo atracar Machín en la roca, en aquella obscuridad, con la terrible marejada. Demostró que era un piloto atrevido. Hizo encallar la proa de la pequeña goleta en el arenal de Frayburu.

Es la puerta del infierno dijo en vascuence, en voz baja, y se santiguó varias veces. Yo le dije que no tuviera miedo; no nos pasaba nada. El me miró, algo asombrado de mi serenidad. ¿Qué hacemos? murmuró. ¿No habrá sitio donde atracar? le pregunté. Las paredes, hasta bastante altura, eran lisas.

Al llegar al muelle los cinco comensales de Peleches, Cornias quiso atracar el balandro, que estaba separado cosa de dos o tres brazas, a la escalera de embarque, bien corta entonces porque la marea estaba muy alta; pero Leto le hizo señas para que no le moviera de allí. Tenía el balandro la bandera con corona real, en el pico, y un grimpolón azul con una F blanca en el tope.

149 Yo no porqué el gobierno nos manda aquí a la frontera gringada que ni siquiera se sabe atracar a un pingo. ¡Si creerá al mandar un gringo que nos manda alguna fiera! 150 No hacen más que dar trabajo, pues no saben ni ensillar; no sirven ni pa carniar: y yo he visto muchas veces que ni voltiadas las reses se les querían arrimar.

La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho. ¡Alves! gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano. ¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.

La voz del patrón de alto los remos, y la dada por el que mandaba el bote de safa escalas, indicaron la faena de atracar, difícil en extremo por lo terso de la roca, cuyo perpendicular tajo descansaba en un acantilado fondo sobre el que pesaban dos varas de agua. Estábamos bajo la peña.

La chalupa, pasando sobre un banco de arena, entró en la desembocadura del río, y fué a atracar a una isla o más bien un islote, cubierto de un espeso bosque de palúdicos, llamados así porque son plantas que producen las fiebres. Los náufragos soltaron los remos y echaron mano de los fusiles, mientras la primera piragua daba una virada para evitar el banco de arena.

Tomaron los naipes a la salida de Boulogne o de Lisboa, y cuando lleguemos al río de la Plata habrá que gritarles: «Ya hemos llegado; ya estamos en Buenos Aires». Y es posible que aún contesten: «Un momento; aguarden para atracar a que concluyamos la última partida...». ¡Y eche usted copas! ¡Y traiga usted cigarros! ¡Y las más admirables de las señoras, que viven codo con codo entre ellos, juntando su rodilla con la del camarada de enfrente, tragando humo y mirando las cartas con ojos de bruja hambrienta!...»

Palabra del Dia

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