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Actualizado: 9 de junio de 2025
El cordón de peones y jinetes empujó á la muchedumbre hasta los linderos del bosque, dejando completamente limpia la pradera. Entonces, la doctora, desde lo alto de su carro-lechuza, volvió á valerse del portavoz. Gentleman Montaña, puede usted incorporarse.
Dos horas después volvimos á la iglesia; sacaron otra vez al santo en procesión, rezóse el rosario y nos fuimos á la romería, que se desparramaba en una pradera inmediata á la iglesia. Hiciéronme ver uno por uno todos los bailes: éste porque era de guitarra, el otro porque era de pandereta, y por ser de gaita el de más allá.
La reclusa entra en ella, cierra cuidadosamente la puerta, y ya está en su casa. ¡En su casa! ¿comprendéis esta palabra? cuatro paredes desnudas, pero blancas; un crucifijo de ébano encima de una mesita de nogal cubierta de flores; una reja que da sobre la verde pradera; una cama estrecha, sobre la cual se puede soñar.
Nos fué servida sobre el césped de una pradera, á la sombra de un enorme castaño. La señora de Laroque, instalada sobre uno de los cojines del carruaje en una actitud sumamente incómoda, no parecía por eso menos contenta.
Si es encantador y variado para el Robinsón tendido en el islote ó encaramado al tronco de un árbol, el aspecto del arroyo, es mucho más hermoso todavía para el visitante que sigue la orilla de sinuosidad en sinuosidad, caminando tan pronto sobre las rocas tapizadas de zarzas, como sobre la espesa hierba de la pradera, ó bajo la móvil sombra de las ramas agitadas.
No quiere creer en sus sentidos. Todo ha cambiado, todo está embellecido. El patio, que la lluvia en otro tiempo convertía en un horrible pantano y que durante el verano era un hoyo lleno de polvo, luce entonces un verde césped y parece una pradera cubierta de flores. Las puertas del granero y de las cuadras brillan con un hermoso color obscuro y tienen números pintados de blanco.
Y la viuda de Pajares, que tan mal había hablado de Teresa, su antigua criada, hacía ahora elogios de ella como si fuese una amiga de la infancia. A las tres salía la familia con dirección al Mercado. Concha y Amparito llamaban la atención con sus vestidos de vivos colores y las capotitas de paja, que hacían lucir sobre su cabeza toda una pradera de flores y musgo.
Sin ir más lejos, mañana habrá cuestión. ¿No es mañana San Isidro? JOAQUÍN. Sí. ISIDORA. Pues yo deseo ir a la pradera y ver la romería, que nunca he visto, y él se empeña en que no he de ir... Allá veremos. ¡Dios de mi vida, qué tarde! JOAQUÍN. ¿Y cuándo te veré? JOAQUÍN. Abur, chiquilla. Vale infinitamente más que yo. Capítulo VII Flamenca Cytherea
Es cosa agradable cambiar así de orilla, sentarse tan pronto á la sombra de un álamo como de un sauce, ir de la pradera ya arrasada por la hoz, embalsamada por el olor del heno, al césped matizado de flores.
Este se corta repentinamente junto a una pendiente brusca, inundada de luz, deslumbradora y ardorosa. Hay allí una cañada muy honda, cuya pendiente es muy rápida; penetra por un lado en la oscuridad del bosque y continúa por la otra parte entre los campos cultivados y la hermosa pradera.
Palabra del Dia
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