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Actualizado: 9 de junio de 2025


En medio de Madrid surgía, como un esfuerzo de la Naturaleza que a muchos parecería aberración del arte de la forma, la Venus flamenca. Don José estaba medio lelo, y si fuera poeta no dejara de cantar en sáficos la novísima encarnación de la huéspeda de Gnido y Pafos. Salieron gozosos, acomodándose en una carretela que alquiló Isidora..., y a vivir. Llegaron a la pradera.

Unas algas eran verdes, nutridas por el agua luminosa de la superficie; otras tenían el color rojo de las profundidades, adonde llegan mortecinos y enfriados los últimos rayos del sol. Como frutos de la pradera oceánica, flotaban apretados racimos de uvas obscuras, cápsulas coriáceas repletas de agua salobre.

Cayó desplomada la hermosa doncella. Un grito de horror salió del pecho de cuantos la rodeaban. Algunos corrieron en persecución de los criminales, que huían por el monte arriba. Otros acudieron á socorrerla. Demetria se revolcaba en el suelo soltando torrentes de sangre que enrojecían el alabastro de su cuerpo y el verde de la pradera.

Multitud de flores esmaltan la pradera: véase aquí únicamente ranúnculos, anémonas ó prímulas que brotan formando ramilletes: más allá desaparece el verde bajo la blancura nívea del gracioso y poético narciso, ó al vivo color del azafrán, que es flor desde la raíz hasta la corola.

Francamente, con todas esas riquezas y vuestros recuerdos de niña, ¿envidiaríais la suerte de la camarera mayor de la reina de todas las Españas? Pues, no obstante, una joven está allí sola; el crucifijo, la mesita, la reja, la cama, el perfume dulce y tenue, todo lo tiene; pero ella no mira ni la pradera, ni el baile, ni el sol que se oculta resplandeciente.

Después de comer, Martín se retira a su escritorio, seguido por las miradas impacientes de Gertrudis, que espera el momento en que va a conocer los secretos de «la bella molineraAtraviesan de bracete la pradera, para ir a la presa. La hierba está húmeda de rocío. El cielo, surcado de bandas rojizas.

Poco a poco los esfuerzos de su imaginación encaminada hacia un mismo objeto, quizá también por la influencia del aguardiente, dieron a esta visión fantástica una apariencia de realidad; y el buen capitán, creyendo, en su embriaguez, que el mar era aquella riente pradera tan deseada, tuvo la loca idea de querer ir hacia ella. Y en efecto, poniéndose en pie avanzó hacia el líquido elemento.

Murmuraba el río batiendo los cristales de sus aguas contra los pedruscos que interceptaban el camino; reían las fuentes discretamente bajo su emparrado de avellanos; saltaban los chotos en la pradera de esmeralda; las altas montañas se desembarazaban majestuosamente de su cendal y exponían la blanca cabeza al sol para que la derritiese.

Visitó la ermita y el cementerio, y por último, no queriendo acabar el día sin experimentar todas las emociones que ofrecía la pradera, visitó una por una las innobles instalaciones donde se encierran fenómenos para asombro de los paletos; vio la mujer con barbas, la giganta, la enana, el cordero con seis patas, las serpientes, os ratas tigres provenientes do Japao, y otras mil rarezas y prodigios.

No sintiéndose perseguida, regresará á su clima natural, la zona templada, encontrando allí su inocente vida de apacentar la viviente pradera, los pequeños seres elementales. Vuelta á sus antiguos hábitos y á sus propios alimentos, reflorecerá, recobrará otra vez sus gigantescas proporciones, y volveremos á ver ballenas de dos y trescientos pies de largo.

Palabra del Dia

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