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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Cuando los fugitivos de La Pradera encuentran un río, y Cooper describe la misteriosa operación del Pawnie con el cuero de búfalo que recoge, va a hacer la pelota, me dije a mismo: lástima es que no haya una mujer que la conduzca, que entre nosotros son las mujeres las que cruzan los ríos con la pelota tomada con los dientes por un lazo.

Alrededor se extendía una pradera, que pertenecía a la clínica y se hallaba siempre desierta. A cosa de una versta se alzaba, entre los árboles, la estrecha chimenea de una fábrica, de la que no se veía nunca salir humo. La fábrica, perdida en medio del bosque, parecía abandonada. Muy pocos de los que transitaban por el camino sabían que tras el alto muro y las puertas cerradas había locos.

Entró, y mientras yo me aviaba, le referí minuciosamente lo del sueño, después de haberle enseñado desde el cuarterón al solariego en la pradera. Le interesó el relato de mi pesadilla; pero no le sorprendió lo más mínimo ver al caballero segando y tan de mañana, porque le tenía bien conocido y sabía que madrugaba más que el sol.

Constaba de algunas calles anchas, aunque mal trazadas, cuyas casas de un solo piso y de desigual elevación, estaban cubiertas de vetustas tejas: las ventanas eran escasas, y más escasas aún las vidrieras y toda clase de adorno. Pero tenía una gran plaza, a la sazón verde como una pradera, y en ella una hermosísima iglesia; y el conjunto era diáfano, aseado y alegre.

Materne, acto continuo, bajó por la ladera, cubierta de nieve, hasta los jardinillos escalonados que se extienden por encima de Grand-Fontaine, en lo que tardó unos diez minutos; después, siguiendo unos surcos, llegó a la pradera, atravesó la plaza de la aldea, y sus dos hijos, que aguardaban con las armas en descanso, le vieron entrar en la posada.

Algunos pájaros acuáticos nadaban en torno del navío, irguiendo sus largos cuellos. A espaldas del Goethe quedaba el río libre, amarillo, rizado, lo mismo que una llanura de hierba seca. Los buques veleros, con sus trapos al viento, parecían molinos enclavados en esta falsa pradera.

Inútil es decir, que el bienaventurado legajo 116 no contenía, como los precedentes, sino el vano polvo de los siglos. A las doce en punto, la anciana señorita vino á tomar mi brazo y me condujo ceremoniosamente á un pequeño jardín festoneado de boj, que forma con un pedazo de la pradera contigua, todo el dominio actual de los Porhoet.

Cuando leía en El último de los Mohicanos, de Cooper, que Ojo de Alcón y Uncas habían perdido el rastro de los Mingos en un arroyo, dije: «Van a tapar el arroyoCuando en La Pradera, el Trampero mantiene la incertidumbre y la agonía mientras el fuego los amenaza, un argentino habría aconsejado lo mismo que el Trampero sugiere al fin, que es limpiar un lugar para guarecerse, e incendiar a su vez, para poderse retirar del fuego que invade sobre las cenizas del que se ha encendido.

«¿Por qué no? se dijo . Lo mismo es ésta que las que bailan en el boliche del Gallego. ¡Todas mujeresContinuaron su paseo por la orilla del río la marquesa y sus dos acompañantes. De pronto, ella se levantó un poco sobre la silla para ver más lejos. En una pradera orlada de pequeños sauces por la parte del río había dos caballos sueltos y ensillados.

Cuando el sol se hizo más vivo prolongándose más el día y los botones de oro esmaltaban la pradera, se podía ver a Silas sea a mediodía, sea al declinar la tarde, en el momento en que las sombras de los cercos se alargaban , se podía ver a Silas que salía de su casa con la cabeza descubierta, llevando a pasear a Eppie más allá de las canteras, a los sitios en que crecían aquellas flores.

Palabra del Dia

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