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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Cuando acabamos de comer: ¿Ha subido usted alguna vez allá arriba? me dijo la señora de Laroque designando la cumbre de una colina muy elevada que domina la pradera. No, señora. Ha hecho usted muy mal. Vese desde allí un magnífico horizonte. En tanto que se pone el tiro, Margarita puede acompañarle, ¿no es así Margarita? ¿Yo, madre mía?

No pases mas adelante Que mas lejos, abatido, Marchito y descolorido Verás al ombú gigante Hoy de la pradera rey: Y en su lugar la corona Verás alzarse del pino, Que unido al hierro y al lino Sirve al hombre en toda zona Para dar al mundo ley.

A la derecha veíamos distintamente la ancha faja cenicienta de las aguas del Lütschina, afluyendo sobre la ribera izquierda del lago como un reguero de ceniza echado sobre el verde tapiz de una pradera.

Algunas veces la cañada se ensancha un poco, y entonces entre el camino que sigue pegado á la falda de la colina y el río queda cierto espacio que se prolonga formando una pradera más larga que ancha. Todas estas praderas pertenecían al marqués de Camposagrado y eran los pedazos de tierra más fértiles de la comarca.

Navegaba el buque como si avanzase entre algodones, sin un choque, sin el más leve balanceo. Su profunda quilla parecía resbalar sobre rieles invisibles. Las aguas, al partirse ante su vientre, eran sordas y no levantaban jaboneo de espumas. Los ojos, habituados al azul intenso del Océano, parpadeaban con cierta extrañeza ante la extensión amarilla, semejante por su color a una pradera seca.

Después de la calzadita que pasa por delante de la puerta, otro cercado, con árboles, pradera y tierra labrada, que se va hundiendo poco a poco según se va alejando, lo mismo que la faja de pinos que le contornea por nuestra izquierda.

Sus alas eran á modo de cartílagos erizados de púas. Sobre el lomo del horripilante aeroplano, cuatro hombrecitos iguales á los que se movían en la pradera asomaban sus cabezas cubiertas con un casquete dorado, al que servía de remate una pluma larguísima.

El cielo, el muro, el camino, la pradera y el bosque, mirados al través de los vidrios rojos, amarillos, azules y verdes, cambiaban de un modo fantástico; el efecto, mirando al través del conjunto de los cristales, era el de una gama; pero si se miraba al través de un solo cristal, se experimentaba una emoción que variaba según el color.

Dilatadas praderías, donde pacían vacas y borregos, estaban limitadas al término del horizonte por una línea de chopos verde pálido, muy rectos y agudos, a la manera de los árboles contrahechos de las cajas de juguetes; los mimbrales, en cambio, eran rechonchos y panzones, como bolas de verdor sombrío rodantes por la pradera.

Era cristalino y puro, y se desataba tan gentil y suavemente que daba gloria verlo marchar por la pradera. La condesa significó el deseo de reposar un instante en su orilla. Estaba cansada y le placía en extremo mirar el curso del agua. Además, tenían tiempo de sobra para estar en la romería.

Palabra del Dia

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