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Actualizado: 17 de junio de 2025
Escuchóme bonitamente y luego me dijo: «Tú, hija mía, no serás nunca mas que una pobrecilla fracasada, una triste horizontal. De esta manera no lograrás atrapar jamás al multimillonario.
Puse en la mesa de don Carlos el paquete de periódicos; volví a mi asiento; acabé los apuntes empezados, y en seguida leí mis cartas. Una era de cierto condiscípulo mío que solía escribirme de tiempo en tiempo, la otra de la tía Pepa que me decía: «Carmen va muy bien. Sarmiento viene todos los días, y está contentísimo, porque la pobrecilla come y duerme a las mil maravillas.
» ¡Pobrecilla, y con qué decisión me lo dice! » Como todo cuanto te he dicho y prometido. » Mira que si me arguyes de ese modo, vas a hacerme perder la cordura que necesito para que el consejo sea digno de quien me le pide. » Pues venga pronto el consejo..., porque no respondo de mí. »Omito, en obsequio a la brevedad, la ortografía que usábamos mi interlocutor y yo para este lenguaje hablado.
Imaginábase que los españoles o los contrabandistas se apoderaban del castillo. ¡Pobrecilla!... Por fortuna no tardé en tranquilizarla... ¿Y qué tal va su salud, y la de usted? Envidiables. ¿Se han aburrido ustedes mucho en mi ausencia?... ¿qué han hecho aquí, entretanto? Ayer tuvimos reunión, y jugamos al whist y al boston. ¡Perfectamente! Y, a propósito, tengo que reprender a usted.
La broma que le he dado no vaya usted a creer que es enteramente infundada. Esa muchacha está empeñada a sangre y fuego en que le haga el amor. ¿Y es verdad que le espera por la noche para verle pasar cuando usted se retira? ¡Tan cierto! Y lo gracioso es que vengo de dar algunas vueltas por delante de la casa de Isabel, que esta aquí cerca, en la calle de Trajano. ¡Pobrecilla!
Una parienta, la señorita de Sardonne. Una pobre huérfana que mi tía ha recogido. Nunca me habías hablado de ella. No... phs... es posible... No ha habido ocasión... ¿Te parece bonita? Interesante. Sí... ¿no es verdad?... pobrecilla... He aquí tu instalación, he aquí tu celda, amigo Fabrice.
Llegué yo, y no por mis méritos, sino por cierta práctica del oficio, he logrado despertar esa alma, infundir en ella nueva vida, hacer vibrar su corazón con ciertas emociones y gozar de ciertos placeres que probablemente hubiera desconocido... ¡Pobrecilla! exclamó Carlota. ¿Y no sentirá usted pena y remordimiento cuando abandone a esa niña y la deje entregada a la desesperación?
La doncella estaba en el cuarto mortuorio, prestando al cuerpo de su patrona, antes de que se lo llevaran, los últimos servicios piadosos; después de haber lavado la sangre de la frente y la mejilla, le había arreglado los cabellos y cruzado las manos sobre el pecho, poniendo entre ellas un rosario. La pobrecilla no veía lo que hacía, tan espeso era el velo de lágrimas que le cubría los ojos.
La pobrecilla, al ver rendido a sus pies al joven más rico y más apuesto de la villa, dejaba escapar por todos los poros de su lindo rostro ruborizado, el gozo íntimo que le embargaba. ¡Qué sonrisas, qué gestos tan expresivos! Las muchachas de la población la miraban con expresión de burla. Aquellas miradas decían: «Goza, goza un poco, infeliz, que pronto vendrá el desengaño».
La pobrecilla pasaba muy malas noches. Padecía insomnios, y ataques de convulsión que la obligaban a dejar el lecho por algunas horas y a pasearse por el aposento, apoyada en el brazo de Angelina. ¡Es para mí una hermana de la Caridad! me decía la tía Carmen. Conmigo no tiene la pobrecilla sueño tranquilo.
Palabra del Dia
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