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Actualizado: 17 de junio de 2025
Del ensayo resultó que para evitar el pronombre daba la pobrecilla infinidad de rodeos y se metía en una serie interminable de perífrasis: si se aventuraba a dirigirme un tú, lo hacía bajando la voz y pasando como sobre ascuas. Cuando empezó el segundo acto, volvió a escuchar atentamente.
¿Y esa chica que ha venido a preguntarme si quería cenar, quién es? Ah, Maximina, ¡pobrecilla! Es mi sobrina; hija de un hermano de Valentín, mi marido. No conoció a su madre; su padre era el capitán del Duero, un vapor que V. habrá visto acaso. Ese vapor, yendo hace tres años para Manila, embarrancó.
Lo mismo se gana el cielo dentro que fuera del convento. ¡La pobrecilla lo ha sentido mucho! Tanta compasión dio mala espina a Miguel. Doña Rosalía al cabo le dejó solo. Aquella noche no era fácil ver a la generala. Su casa se hallaba del otro lado de la bahía, y a tal hora costaría trabajo dar con ella.
La pobrecilla cree que vamos á hacer daño á su hija. No tengas cuidado exclamó dirigiéndose á ella, que no la tocaremos. La vaca, como si quedase satisfecha con aquellas palabras, dejó de mirar á la cría y siguió ruminado tranquilamente. ¡Qué animalitos de Dios! Son como nosotros. Y á veces mejores que nosotros respondió Pedro.
Vamos, Angelina.... ¡A dormir, que es muy tarde! Carmen te está esperando. La pobrecilla quiere cambiar de postura.... En tanto que Angelina cerraba la puerta de la sala me dirigí a mi recamarita. El viento inundaba la habitación con los mil aromas del jardín, y el amor derramaba en mi alma el perfume embriagante de los años juveniles.
La pobrecilla no cabía en sí de miedo al verse sola en aquel tugurio, entre mil objetos cuya forma no podía apreciar, tendida en un miserable jergón y expuesta al aire colado, que por una ventanilla entraba. En su desvelo, sintió las pisadas de los ratones que en aquellos climas vivían; pisadas que en sus oídos resonaban como si fueran producidas por los pies de un ejército de gigantes.
Pues mire V., yo no puedo hablarle de tú; me da mucha vergüenza... Pero, en fin, vamos á ensayar. Del ensayo resultó que para evitar el pronombre daba la pobrecilla infinidad de rodeos y se metía en una serie interminable de perífrasis: si se aventuraba á dirigirme un tú, lo hacía bajando la voz y pasando como sobre ascuas. Cuando empezó el segundo acto, volvió á escuchar atentamente.
Cierto que, a pesar de ser buenos los tiempos, adelantaba poco a causa de las prodigalidades de su mujer; pero... ¡pobrecilla! él la disculpaba, recordando su juventud monótona y aburrida al lado del tacaño padre, y además, decíase a sí mismo que alguna compensación había de merecer el resignarse a ser tendera una joven que podía aspirar a una posición más brillante.
¡Se ha muerto! exclamó Fortunata sintiendo una fuerte sacudida en su alma. Sí, a las diez y media. Parecía que estaba esperando a que llegara yo para morirse... ¡pobrecilla! Vengo horrorizada. Si yo lo sé, no parezco por allá. Estos cuadros no son para mí.
Yo comparto mi cariño entre mi marido, mi hijo y tú. Ya lo sabes. Yo también la quiero a usted mu... La pobrecilla no pudo terminar. Se abrazó a mí, diciéndome con su congoja lo que no pudieron expresar sus labios. Vamos, vamos... siéntate. Hijita, eres sensible como una flor del aire. No se te puede decir nada. Y el caso es que yo también... Bueno, bueno, siéntate.
Palabra del Dia
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