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Siento cierto remordimiento, pues me parece que los del Jockey jugamos con ventaja sobre los de la tribuna popular, porque ellos no han visto, como nosotros, al propietario, y les falta, por lo tanto, este «dato» seguro del jaquet y la galera, infalibles detalles de ganador que nos ofrece nuestro distinguido y simpático consocio.

Aquí, jugamos un poco de pequeños, ¡ya no me acuerdo de aquellos años! En seguida me llevaron al colegio, desde allí a la Universidad; cuando acabé la carrera ella estaba ya casada en Rucanto. Estuve aquí con mi padre corto tiempo, y partí a visitar la Europa, ansioso de ver mundo y correr aventuras.

Prometieron á estas islas amparo y rectitud y jugamos con las vidas y libertades de sus habitantes; prometieron civilizacion y se la escatimamos, temiendo que aspiren á más noble existencia; les prometieron luz, y les cegamos los ojos para que no vean nuestra bacanal; prometieron enseñarles virtudes y fomentamos sus vicios y, en vez de la paz, de la riqueza y la justicia, reina la zozobra, el comercio muere y el escepticismo cunde en las masas. ¡Pongámonos en lugar de los filipinos y preguntémonos qué haríamos en su caso! ¡Ay! en su silencio de usted leo su derecho de sublevarse, y si las cosas no se mejoran se sublevarán un día ¡y á que la justicia estará de su parte y con ella las simpatías de todos los hombres honrados, de todos los patriotas del mundo!

El señor vicario y el escribano son casi siempre los otros tercios. Jugamos a décimo de real, de modo que un duro o dos es lo más que se atraviesa en la partida.

Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra mismo con un engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado, y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible.

Hacemos un contrato aleatorio; jugamos con nuestro porvenir; de suerte que, si alguna vez tenemos el gusto de mejorar de fortuna, este gusto se acibarará con el disgusto de deber realmente cuatro a quien no nos prestó más que uno; de proporcionarle una moderada ganancia de 400 por 100 en el capital. Entre tanto, los intereses que pagamos son por lo menos de un 12 por 100.

¡Ea, dejarme ya de Soleá! exclamó el guapo riendo. ¿Me van á dar ustedes jaqueca toda la noche? ¿No hay otra conversación más entretenida? Me hartaba esa niña... Un día ú otro tenía que suceder... Sucedió... ¿Qué le vamos á hacer?... Precisamente en este momento me están apeteciendo unas lonjitas de jamón. ¿Echamos un solo y las jugamos?... ¡Eh, niño! tráete una baraja... El Carnaval.

En aquel murmullo se concentraban los chillidos para decir: «Somos granujas; no somos aún la humanidad, pero un croquis de ella. España, somos tus polluelos, y cansados de jugar a los toros, jugamos a la guerra civil». Llegaron a la vía férrea de circunvalación que corta el barrio, sin valla, sin resguardo alguno. La miseria se familiariza con el peligro como con un pariente.

Imaginábase que los españoles o los contrabandistas se apoderaban del castillo. ¡Pobrecilla!... Por fortuna no tardé en tranquilizarla... ¿Y qué tal va su salud, y la de usted? Envidiables. ¿Se han aburrido ustedes mucho en mi ausencia?... ¿qué han hecho aquí, entretanto? Ayer tuvimos reunión, y jugamos al whist y al boston. ¡Perfectamente! Y, a propósito, tengo que reprender a usted.

¿No? preguntó de nuevo, intentando darme otro. No repuse con firmeza, levantándome y echando a correr por el bosque. Ella me siguió; jugamos un rato al escondite entre los árboles. A cada instante me preguntaba: «¿No?» «No», respondía yo, cada vez con más decisión. Observé que se iba impacientando y que su voz estaba ya alterada. Por fin se quedó inmóvil y silenciosa.