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Actualizado: 31 de mayo de 2025


En un principio no fue completamente franco por aquella misma pícara vanidad de Leocadia, y después por falta de valor: aun conociendo a Paz como llegó a conocerla, tuvo miedo a decirla: «El hombre a quien amas, , la señorita rica, mimada por la fortuna, va por las noches a ganarse un jornal que cobra los sábados como los herreros y los albañilesImaginó que la perdería: era a sus ojos enteramente absurdo que Paz, después de saber esto, siguiera enamorada de él.

Quédate, necio, y oye... Por no querer oír rompimos las amistades en el Escorial... Considera que han de hablar algo de ti... Verdad es que si la delicadeza me ordenaba cerrar los oídos, la curiosidad me impulsaba a abrirlos. Venció la curiosidad, mejor dicho, venció la pícara Amaranta, que no podía dejar de ser cortesana. Las muchachas hablaban en alto y lo oímos todo, y aun veíamos algo.

Ahora, por lo pronto, algo he de hacer con él..., ¡cochino!, y con esta pícara que se me va de entre las manos. ¡Un hombre que pone un gabinete como aquel para una cita nada más, y luego me niega cuarenta duros!... Lo salado sería que yo llevase allí a Carola, pero no para hacer una comedia, sino para pasar una tardecita de juerga en los muebles que él ha pagado. ¡Hay allí unos almohadones! ¡Buena broma llevar mi pájara al nido que él fabricó para la suya!

Cuando comparo hoy el rostro pálido, flaco y resignado que me llena el alma entera, con esa cara pícara, de mejillas llenas y sonrosadas, que a veces se me aparece, resplandeciente, desde el fondo de mi pequeña infancia, me cuesta trabajo concebir que hayan realmente pertenecido a una sola y misma persona.

Sus padres eran obreros modestos. Una tarde llegaron á la ciudad varios artistas de aquellos que á mediados del siglo XVIII llevaban á través de Europa, y sobre una carreta, la alegría pícara de sus almas ingraves.

Cerca de Animalejos había dos pueblos que estaban siempre en guerra uno con otro, porque daba la pícara casualidad de que casi siempre eran sus intereses opuestos. Estos dos pueblos eran Barbaruelo y Cabezudo. Los únicos molinos que había en aquella comarca estaban en jurisdicción de estos dos pueblos, que tenían en los molinos de concejo un gran recurso para levantar las cargas públicas.

En efecto, yo me explico, aunque no disculpo, esta pícara vanidad. ¡Es tan distinguido, tan aristocrático, tener una linda mano! Hasta se me figura a veces que tiene algo de simbólico.

Con la muchacha que más te guste..., si es que te quiere. Ahí está la dificultad..., que no me gusta ninguna. ¿Ni la de Pasajes tampoco? Miguel se turbó aún más, y dijo con palabra vacilante: ¡Qué pícara eres! Maximina me gustaba. La verdad es que sería una buena esposa... ¿Pues por qué no te casas con ella? ¿Crees ...? preguntó dirigiéndole una mirada tímida y anhelante. ¡Vaya!

Más adelante sintió otra vez pasos persistentes y vio una sombra que se extendía por la calle, paralela a su sombra. Aquel era... ¿Miraría? No; más valía no darse por entendida... Por fin, la pícara curiosidad... Miró y tampoco era. Al llegar a su casa estaba más tranquila. Cuando Patria abrió la puerta, le preguntó: «¿Ha venido alguien? ¿El señorito está?...».

Don Cayetano contuvo su verbosidad, comprendió que algo deseaba decirle el Magistral, que estorbaba Glocester; recordó de repente que él también quería hablar al Provisor, y como en casos tales no se mordía la lengua, cortó la conversación diciendo: ¡Ah! ¡pícara memoria! don Fermín, una palabra, con permiso del señor Arcediano... es decir, no es una palabra, tenemos que hablar largo... son intereses espirituales.

Palabra del Dia

lanterna

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