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Anoche me entretuve haciendo el cálculo. Y señaló un pedazo de papel lleno de cifras que asomaba entre los naipes. ¡Lo mismo que el pianista!... ¡Oh, profesor!... Se miraron los dos con unos ojos de ardor místico, como si realmente estuviesen contemplando este bloque inconmensurable. ¿Qué representaba al lado de tal visión la ganancia de unos cuantos miserables millones?...

El maestro Eichelberger, gran pianista, improvisaría para ella un acompañamiento. Y si lo reclamaba el público, la muchacha se atrevería a bailar cierto «garrotín» de exportación aprendido en una academia de Madrid de las que preparan «estrellas danzantes» para el extranjero. Pero con recato y decencia, niña había aconsejado Maltrana . Comprímete aquí: échale agua a tu baile.

El pianista, por no haberlas oído, continuó tocando; pero tuvo que detenerse, pues el señor humilde y anónimo que iba de un lado á otro como un doméstico se acercó á él, tomándole las manos. Al cesar la música, las parejas quedaron inmóviles; y, finalmente, con una expresión aburrida, volvieron á sus asientos. La condesa empezó á recitar.

Sería necesario que se reuniesen todas las grandes potencias de Europa, que se aliasen como para una gran guerra, y aun así tal vez no hiciesen honor al crédito que les presentaba el pianista Teófilo Spadoni. Ya no podía calcular mentalmente.

Tal como suelen los astros juntarse en el cielo, ¡ay! para chocar y deshacerse casi siempre, así, con no mejor destino, suelen encontrarse en la tierra, como se encontraron anoche, el genio, y ese otro genio, la hermosura. De fama singular había venido precedido a la ciudad el pianista húngaro Keleffy.

Poseyendo el secreto de las pequeñas causas que hoy escapan á nuestra inteligencia y de las leyes que rigen sus combinaciones, sabría perfectamente todo lo que puede surgir del misterio de la baraja ó de los números de la ruleta. No habría quien le resistiese. ¡Oh, profesor! suspiró admirado el pianista.

El croupier colocado enfrente para cobrar y pagar barajaba los naipes antes de introducirlos en un doble cajoncito, del que debía extraerlos el banquero. ¡Pobre banquero! Considerando el público extraordinaria su elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su asiento presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa la timidez del pianista, y una risa franca saludó su presencia.

Habrá usted reparado que esa nube siempre aparece por detrás de las montañas. Es donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan detalle para entretener á los parroquianos. Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de indignación. Luego el ruido de una ventana al cerrarse. El pianista, molestado por esta broma matinal, volvía á su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo.

Había ido poco antes a Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería musical.

El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió en su asiento; Novoa se quitó los lentes con un gesto maquinal de sorpresa, volviendo en seguida á montarlos en su nariz. Hubo otro silencio. Eso que propones dijo al fin Atilio sonriendo me recuerda una comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! Y el protagonista acaba por casarse.