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Actualizado: 28 de octubre de 2025
Recibió luego la señora muchas visitas, comió con el señor cacoquimio, el muchacho pianista, la marquesa de San Salomó, el apoderado de la casa y dos personas más, y retirose a su alcoba después de rezar mucho. Empleó casi todo el día siguiente en devolver visitas y se encerró a las cuatro. No quería recibir a nadie. Deseaba estar sola.
Harvey se inclinó al oído de su hija: Es el pianista que acompaña á la cantante. Nuestra estrella no tardará en aparecer. Misa Maud se aproximó al músico y le condujo al piano, que ocupaba todo un ángulo del salón. En estos momentos llegaron otros invitados y unas cincuenta personas se agruparon según sus simpatías.
En un platillo que un lacayo había colocado reverentemente al lado de la victoriosa había un montón de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía embrutecida por su éxito, por la monotonía de aquella buena suerte incesante. El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos y en su voz. El triunfo le parecía insípido después de la fuga del admirable griego.
El amigo Spadoni, como pianista, encuentra siempre mesa franca en las «villas» de unas cuantas señoras valetudinarias y melómanas que habitan en Cap-Martin. Le convidan también con frecuencia unos ingleses de Niza. Tampoco tiene que preocuparse de pagar hotel. Dispone de toda una «villa», grande, elegante, bien amueblada, que le dan como sepulturero.
Doña Nieves, bien digerido el café, tomaba chocolate, y acompañábanla Juan Pablo, Feijoo, el pianista ciego, Feliciana, Olmedo y algún otro. El mozo mismo, que había llegado a familiarizarse con aquella sociedad, se agregaba también, tomando asiento a un extremo del corro para escuchar y aplaudir.
Los demás volvían también la cabeza y murmuraban: « ¡Precioso! ¡precioso!» Inmediatamente todos anudaban su cuchicheo interesante, empezando por la señora de la casa: « El sombrero malva, el vestido malva, la sombrilla malva, el forro del coche malva...» La pianista animada por los elogios ponía el alma y la vida en la interpretación de Les premieres feuilles du printemps.
De modo que cuando se supo que Keleffy venía, y no como un artista que se exhibe sino como un hombre que padece, determinó la sociedad elegante recibirle con una hermosísima fiesta, que quisieron fuese como la más bella que se hubiera visto en la ciudad, ya porque del talento de Keleffy se decían maravillas, ya porque esta buena ciudad de nuestro cuento no quería ser menos que otras de América, donde el pianista había sido ruidosamente agasajado.
Mucho se había hecho admirar el apasionado húngaro en el comienzo de la fiesta; mas, aquella arrebatadora fantasía, aquel desborde de notas; ora plañideras, ora terribles, que parecían la historia de una vida, aquella, que fue su última pieza de la noche, porque nadie después de ella osó pedirle más, vino tan inmediatamente después de la aparición de la señorita Sol del Valle, orgullo desde hoy de la ciudad que todos reconocimos en la improvisación maravillosa del pianista el influjo que en él, como en cuantos anoche la vieron, con su vestido blanco y su aureola de inocencia, ejerció la pasmosa hermosura de la niña.
Doña Clorinda es la que debe estar furiosa continuó el pianista, con la alegría maligna que le inspiraban las rivalidades entre mujeres . Ya no tiene ninguna influencia sobre Martínez, á pesar de que fué ella la que lo descubrió. Se lo ha arrebatado la otra. Pasan semanas sin que «la Generala» vea á su teniente; creo que ya ha renunciado á él.
¿Dónde? En su casa. Es largo de contar... dejémoslo para otra noche. Era sin duda cosa delicada para dicha delante de testigos, y estos eran: Olmedo con Feliciana, el pianista ciego, que en los descansos solía agregarse a aquella plácida tertulia, y una señora jamona, fiel parroquiana del café de nueve a doce.
Palabra del Dia
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