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Actualizado: 5 de julio de 2025


Acompañábanla, además del señor cacoquimio, un jovencito como de catorce años, que llevaba tras , atado de una cadena, un enorme perro negro, y cerraban la comitiva dos criadas jóvenes y guapas, que no tenían facha de gente española.

El piano sonó también casi todo aquel día, y al siguiente la señora marquesa, acompañada del caballero cacoquimio, del niño músico, de las dos criadas extranjeras y del perro, partió para Córdoba; y el caserón de Aransis se quedó otra vez solo, frío, obscuro, mudo, como inagotable arca de tristezas que, después de saqueada, conserva aún tristezas sin número. Capítulo X Sigue Beethoven

El médico sabía muy bien que no había tales carneros; y aunque los hubiera, semejantes austeridades enflaquecen y momifican el cuerpo, siendo más propias para dejarlo cacoquimio y exangüe, que para sobrecargarlo de carnazas y acres y gruesos humores.

Recibió luego la señora muchas visitas, comió con el señor cacoquimio, el muchacho pianista, la marquesa de San Salomó, el apoderado de la casa y dos personas más, y retirose a su alcoba después de rezar mucho. Empleó casi todo el día siguiente en devolver visitas y se encerró a las cuatro. No quería recibir a nadie. Deseaba estar sola.

Una señora de cabello entrecano y gallarda estatura envuelta en pieles, tapada la boca, trémula de frío, subió la escalera, dando el brazo a un señor cacoquimio, y pasó de pieza en pieza, sin parar hasta aquella donde debía reposar del viaje.

Por lo pronto, que se retire este joven cacoquimio, que no quiero testigos de vista dijo, nerviosa, la duquesa, señalando al tímido y doliente familiar. Manolín, auséntate. Y ahora, ¿a qué debo en esta humilde casa....? Déjate de resabios de fraile y lugares comunes. ¿Qué hablas ahí de humilde casa, si es una de las mejores de la ciudad? Bien, pero la humildad la habita.

Palabra del Dia

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